Crónica de un berrinche anunciado: el PT, rehén de intereses familiares y acomodos personales
Xalapa, Ver., a 12 de abril del 2025.- Lo que debería ser una decisión política con argumentos sólidos y visión de futuro terminó siendo una escena vergonzosa de capricho, nepotismo y despecho partidista, la reciente salida del diputado Luis Vicente Aguilar Castillo del Partido del Trabajo (PT) no fue un acto de convicción ideológica, sino el resultado de un berrinche familiar disfrazado de dignidad política.
Sí, “el junior” se fue. ¿Por qué? Porque no le dieron lo que quería, porque el partido —según su padre, Vicente Aguilar Aguilar, coordinador estatal del PT— prefirió otorgar la candidatura plurinominal a “una compañera que no ha hecho nada por el partido”, antes que a él, al eterno aspirante de apellido heredado, el dolor no fue político; fue personal, fue vanidoso.
“Salió porque no me consideraron”, dijo sin pudor Vicente Aguilar, como si los partidos fueran una herencia de familia, una finca privada donde los cargos se reparten entre padres e hijos, como terrenos en un testamento, ¿Así o más claro el uso patrimonialista de un partido político?
Lejos de hacer autocrítica o reconocer el desencanto de un electorado que exige congruencia, el dirigente prefirió justificar la huida de su “retoño” con frases que destilan cinismo: “Aquí está quien quiere estar; las puertas están abiertas”, lo que no dijo es que esas puertas solo se abren de par en par para los apellidos conocidos, los familiares consentidos y los leales a conveniencia.
El espectáculo no solo exhibe la descomposición interna del PT, sino la fragilidad ética de su dirigencia, se revela que las candidaturas no se ganan por trabajo, militancia o compromiso con las causas populares, sino por el peso de los afectos familiares y el acomodo político, y cuando ese beneficio no llega, se recurre al viejo recurso: renunciar, quejarse y culpar a otros.
En cualquier organización seria, la asignación de espacios públicos se da por mérito. Pero aquí, lo que indigna no es la renuncia del hijo, sino la confesión impúdica del padre, quien sin empacho reclama una diputación como si se tratara de una deuda pendiente, dejando en claro que, para él, el partido no es un proyecto colectivo, sino una maquinaria de premios personales.
El PT, que en otros tiempos se presentó como voz de los trabajadores y los excluidos, hoy parece rendido ante la lógica del compadrazgo, el clientelismo y la herencia política, la renuncia de Aguilar Castillo no es un hecho aislado: es el síntoma de una estructura anquilosada, sin visión, y secuestrada por intereses familiares.
¿Qué sigue ahora para el PT veracruzano? Más simulación, más candidaturas negociadas en lo oscuro, más excusas de pasillo, porque mientras no se rompa con esa lógica de cotos personales de poder, no hay transformación posible, solo la perpetuación de una política mezquina, triste y profundamente alejada de la gente.
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