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“Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?”

HOMILÍA EN EL XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Zac 12, 10-11; 13, 1; Sal 62; Ga 3, 26-29; Lc 9, 18-24
 
“Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?”
 
En este evangelio encontramos tres apartados. Primeramente, Jesús pregunta a sus discípulos acerca de su identidad, luego les anuncia su pasión y, finalmente pone las condiciones para seguirlo. Sin embargo, antes de hacerles las preguntas, el evangelio dice que Jesús se hizo acompañar de sus discípulos a un lugar solitario para orar.
Todos los evangelios nos hablan de la importancia que tenía la oración en la vida de Cristo. Se retiraba a los lugares solitarios para orar (cfr. Lc 5, 16); antes de elegir a los Doce pasó la noche en oración con Dios (cfr. Lc 6, 12); Antes de su pasión se fue al monte de los Olivos para hacer oración. Sin embargo, san Lucas resalta momentos exclusivos en los que los otros evangelistas no hablan de la oración. Por ejemplo, cuando Cristo es bautizado y desciende el Espíritu Santo sobre él, estaba puesto en oración (cfr. Lc 3, 21), a los ocho días del acontecimiento que narra hoy el evangelio, subió con Pedro Santiago y Juan a un monte para orar y mientras estaba orando se transfiguró en presencia de ellos (cfr. Lc 9, 28-29). Después de ese acontecimiento, un día, mientras él estaba orando se acercaron sus discípulos para pedirle que les enseñará a orar como Juan había enseñado a sus discípulos (cfr. 11, 1). Lo anterior significa que las preguntas y el anuncio que Cristo va hacer a sus discípulos no pueden entenderse fuera del contexto de la oración.
 
La primera pregunta que hace Jesús a sus discípulos es: “¿Quién dice la gente que soy yo?” es más fácil de responder y de hecho dice el evangelio dice que ellos respondieron basándose en el conocimiento de las tradiciones de Israel. Por esto la respuesta es: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”, porque según las Escrituras se decía que en los últimos tiempos volvería Elías (cfr. Ml 3, 23) o que Dios suscitaría un profeta como Moisés (cfr. Dt 18, 15-18). En nuestros días, si a nosotros nos preguntara Cristo ¿quién dice la que soy yo? Tendremos muchas respuestas, desde las más conservadoras hasta las más revolucionarias, pero todo eso sería lo que otros piensan de Jesús y no saldría de nuestra mente y de nuestro corazón.
 
Sin embargo, la segunda pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” requiere de una respuesta más personal. Para esta pregunta, aunque Jesús la hizo a todos, el evangelio dice que Pedro respondió diciendo: “El Mesías de Dios”. La respuesta de Pedro también se basa en las tradiciones de Israel, pues se esperaba al Mesías, el Hijo de David, el Salvador. Sin embargo, si Jesús fue a “un lugar solitario para orar”, significa que, sobre todo esta pregunta sólo puede responderse en este contexto de soledad, de paz y de oración. Se trata de una pregunta, más que de catecismo, de relación personal con Jesús, o sea que es una pregunta que interpela la fe de y no tanto los conocimientos. En efecto, sólo a un amigo se le pregunta y además en un lugar apartado ¿qué piensas tú de mí? Por tanto, la escena en sí misma, es una invitación a la amistad espiritual con Jesús y por lo mismo la pregunta sólo se puede responder desde esa intimidad. Así que la pregunta de Jesús, como la repuesta que espera, no se trata de conocimientos, sino de lo que Jesús significa existencialmente para nosotros.
 
Si sólo tenemos en nuestra cabeza la doctrina de la Iglesia sobre Cristo, pero a él no lo tenemos en el corazón, entonces tenemos verdades seguras sobre él, pero lo más importante no son las verdades, sino el Señor de las verdades y si no tenemos al Señor de las verdades en nuestro corazón no podremos responder de manera profunda y personal a la pregunta de Jesús. Tampoco podremos responder a la pregunta de Jesús si no tenemos el conocimiento de Jesucristo y tampoco a Jesucristo. Por el contrario, mucha gente sencilla que no tiene grandes conocimientos sobre Jesús, pero tienen una fe profunda y un amor entrañable a Cristo y a su Madre Santísima, pueden responder con más verdad esta pregunta de Jesús. Lo más importante de todo es tener la experiencia de un amor profundo y personal a Jesucristo porque nos ha amado mucho hasta entregarse en la cruz por nosotros (cfr. Ga 2, 20).
 
Después de las respuestas de sus discípulos, Jesús prohíbe que cuenten a los demás que él es el Mesías, esto porque Jesús no busca popularidad, él viene por el camino de la humildad; por otro lado, Jesús no quiere que se malinterprete la manera como él va a ser Mesías, pues sabía que muchos esperaban un Mesías político temporal que restaurara la dinastía davídica. Además, Jesús sabía que no era el momento de anunciarlo como Mesías y menos sufriente como enseguida va a revelar a sus discípulos. En efecto, después de la confesión de fe de los discípulos Jesús les anunció su pasión, es decir les aclaró qué clase de Mesías era él. No se trata de un Mesías triunfalista y con poder temporal, sino de un Mesías que sufriría mucho, sería rechazado por todos, que sería entregado a la muerte y al tercer día resucitaría.
 
Como consecuencia del anuncio de su pasión es necesario que Jesús ponga las condiciones para poder seguirlo. Dado que el Hijo del hombre va a sufrir y a ser rechazado, si alguno quiere acompañarlo: “Que no se busque a sí mismo”. Por otro lado, dado que el Hijo del hombre va a ser entregado a la muerte, dice Jesús: “… que tome su cruz de cada día y me siga”. Así pues, el discípulo de Jesús debe estar dispuesto a seguir la misma suerte de su maestro. Por lo anterior las palabras finales de Jesús adquieren mucho significado: “El que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá”. Es la paradoja del seguimiento de Cristo. Por instinto natural queremos conservar la vida; pero, desde Jesús, esto sólo tiene sentido a favor de los demás, no para sí mismo. La búsqueda de sí mismo es el camino contrario al evangelio. La consecuencia de seguir y buscar a Jesús deja en segundo término la propia vida. Por esto, si por buscar a Jesús se pierde la vida terrena se gana la vida eterna. Por eso dice Jesús: “El que la pierda por mi causa, ese la encontrará”.
 
Jesús siempre pregunta, siempre interpela. Cuando se perdió en el templo de Jerusalén estaba en medio de los doctores escuchándoles y haciéndoles preguntas. Hoy nos pregunta a nosotros ¿quién dicen que soy yo? Cuando Jesús preguntó a sus discípulos sobre su propia identidad, todavía no les anunciaba que iba a ser un Mesías sufriente, ahora nosotros ya sabemos que murió en la Cruz y resucitó al tercer día, por tanto, para responder hoy a Jesús necesitamos ir a un lugar apartado y contestar desde la intimidad de la oración y sin olvidar el misterio de la cruz y las condiciones, muchas veces, dolorosas para seguirlo. Sea cual sea nuestra repuesta, recordemos que, aunque pasemos por la cruz, ésta no es el fin, sino el camino a la vida eterna. ¡Que así sea!
 
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla

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