HOMILÍA EN EL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
Núm 11, 25-29; Sal
18; St 5, 1-6; Mc 9, 38-43.47-48
“Todo aquel que no
está contra nosotros, está a nuestro favor”
En el camino a Jerusalén, como
hemos visto en los domingos anteriores, Jesús va enseñando a sus discípulos y
todo lo que acontece lo aprovecha para este fin. Por eso es que en este
evangelio enseña a sus amigos más cercanos cuáles deben ser sus actitudes con
los que no son de su grupo, la importancia que tiene el hecho que les den un
vaso de agua y, finalmente, el cuidado que deben tener para no dar escándalo y
evitar la ocasión de pecado.
Primero, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a
uno que expulsaba los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se
lo prohibimos”. Como ya vimos en domingos pasados la misión de Jesús no era
sólo anunciar el evangelio, sino también expulsar a Satanás.
Ahora bien, en este evangelio
vemos que Jesús no sólo participa de esta misión a sus más cercanos
colaboradores, sino incluso a un discípulo que no andaba en su grupo más
cercano. La respuesta de Jesús: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que
haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí” revela
que, sin reducirnos a la expulsión de satanás, la acción de Dios desborda
nuestros límites humanos y por lo mismo los que quieran ser discípulos del
Señor deben tener un alto grado de tolerancia hacia los demás, pues nadie tiene
el monopolio de la acción salvadora de Dios, por tanto debemos ser muy
consciente que Dios actúa con nosotros, a través de nosotros, a pesar de
nosotros, pero sobre todo mucho más allá de nosotros.
Jesús anunció la llegada del
Reino de Dios y lo hizo presente con su persona, sus enseñanzas, sus milagros y
sus obras. Para que su obra iniciada continuara después de él llamó a sus
discípulos y con ellos formó la Iglesia, la cual tiene la misión de continuar
en el tiempo y el espacio la obra de Jesús. Ahora bien, la Iglesia no es el
Reino, sino anunciadora y servidora del Reino.
El Concilio Vaticano II dice que
la Iglesia es en la tierra germen y principio del Reino (cfr. Lumen Gentium No.
5). Así pues, aunque en el Reino de los cielos es muy probable que la Iglesia
se identifique con el Reino, en este mundo, el Reino desborda a la Iglesia.
Esto explica las Palabras de
Jesús pues si bien la acción de Dios tiene una especial efectividad en su
Iglesia, no se limita a ella, Dios actúa más allá de las fronteras geográficas
de la Iglesia. Si la acción de Dios se limitara a lo que hacemos en la Iglesia,
el mundo estaría perdido, Dios actúa más allá de ella en aquellos hombres y
mujeres de buena voluntad que luchan por un mundo mejor.
Aunque ellos no sean muy
consciente de ello, la acción salvadora de Dios y su Reino se hacer presente en
el mundo a través de ellos.
La frase: “No es de los nuestros” significa
que no es de los discípulos, pero no necesariamente que no sea de Jesús. Dice
San Pablo: “Todo fue creado por él y para él” (Col 1, 16). Así pues, tal vez
este hombre no es un discípulo declarado, pero puede ser un simpatizante, no de
los discípulos, sino de Jesús y probablemente actuaba conforme al deseo de
Jesús y no por otros intereses como les pasó a los hijos de Esceva, de los que
se habla en los Hechos de los Apóstoles, que querían expulsar el demonio y no
pudieron porque no eran seguidores de Jesús (cfr. 19, 13-16). En este caso
parece que este hombre sí actúa conforme a lo que quiere Dios, es decir que
Jesús está actuando a través de él, como sucedió con los ancianos que había
sido convocados para recibir parte del espíritu de Moisés y aunque no fueron a
la reunión, el espíritu vino sobre ellos y se pusieron a profetizar (cfr. Núm
11, 25-29).
Estos episodios son un claro
ejemplo del actuar de Dios más allá de nuestros límites. Podríamos decir que el
Reino de Dios no tiene fronteras y donde quiera que haya un hombre o una mujer
que haga el bien, ahí está la acción misericordiosa de Dios.
Otra enseñanza es: “Todo aquel
que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les
aseguro que no se quedará sin recompensa”.
Es decir que todo lo hecho a los
discípulos es como si fuera hecho a Jesús. Toda obra de caridad, toda muestra
de amor a los demás, Dios la toma como hecha a él y no la olvida. Por el
contrario, la carta del apóstol Santiago nos muestra claramente como una mala
obra en favor de los demás clama a Dios y con ella se atesora castigo para el
último día.
Ahora bien, en las obras buenas
se cumple la palabra: “Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro
favor”. Por tanto también podemos ver en toda obra buena, de caridad de
justicia o de paz, incluso fuera de la Iglesia, la presencia del Reino de Dios.
Si la acción salvadora de Dios
estuviera limitada sólo a los límites territoriales de su Iglesia en este mundo
¿dónde quedaría el resto del mundo donde la Iglesia no está presente y por lo
mismo Cristo ni siquiera es conocido? La enseñanza de este evangelio
sobre el escándalo indica que éste es como un lazo o una piedra de tropiezo
para los demás. Jesús muestra la gravedad del escándalo diciendo: “Al que sea
ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que
le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al
mar”.
Esta enseñanza de Jesús es
fuerte, nos habla de que, a pesar de la acción directa salvadora de Dios en el
mundo, sus discípulos tenemos una gran responsabilidad en la salvación o en la
perdición de los demás, mediante nuestro testimonio.
Así como todo el que no está
contra los discípulos está a su favor, en correspondencia, los discípulos deben
estar a favor de los demás, no siendo motivo de escándalo. Debemos tener
siempre muy en cuenta que lo que hagamos en nuestra vida no sólo cuenta para
nuestra salvación o perdición, sino que puede colaborar en la salvación o en la
perdición de los demás. Por otro lado, sobre la ocasión de pecado Jesús
pide arrancarla de raíz en sus discípulos.
Cuando Jesús dice que si tu mano,
tu pie o tu ojo te es ocasión de pecado córtatelo, no es que pretenda una
aplicación material de sus palabras pues quedaríamos todos mancos, cojos y
tuertos, pues todos somos pecadores.
Se trata más bien, y precisamente
porque somos pecadores, de cortar con aquellos pecados, malas intenciones o
malos deseos que tienen como instrumento nuestras manos, nuestros pies o
nuestros ojos. Las manos nos sirven para ayudar a los demás, pero pueden
ser empleadas para hacer el mal; los pies nos sirven para llevarnos de un lado
a otro, pero nos pueden llevar por mal camino; los ojos nos sirven para ver,
pero también pueden ser la puerta abierta a los malos deseos de la carne.
En fin, para entrar en el Reino
hay que tener en cuenta que lo primero es la acción salvadora de Dios en
nosotros y en los que no son de nosotros y que están a nuestro favor; pero, por
otro lado también nuestra mano, nuestro pie o nuestro ojo, deben estar a
nuestro favor haciendo el bien. Hermanos, hagamos que todo esté a nuestro
favor. ¡Que así sea!
+ Mons. José Trinidad
Zapata Ortiz
VIII Obispo de
Papantla
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