HOMILÍA EN EL DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Sab 1, 13-15; Sal 29; 2 Co 8, 7.9.13-15; Mc 5,
21-43
“Dios creo al hombre para que nunca muriera”
Queridos
hermanos, en el evangelio de hoy tenemos dos milagros de Jesús en beneficio de
dos mujeres. Primero Jesús cura a una mujer hemorroisa, que tenía doce años
enferma, y luego a una niña que tenía doce años de edad, la libra de la muerte.
En el
caso de la mujer podemos ver en el evangelio que: “Había sufrido mucho
a manos de los médicos y había gastado toda su fortuna… y había empeorado”.
La única esperanza, como para muchas mujeres pobres, era Jesús. El evangelio
dice que: “Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la
gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle se curaría” y
así sucedió como ella esperaba. “Con sólo tocar su manto”, significa tocar su
persona. Se trata de un encuentro con una persona no un encuentro con un
vestido. Pero esta mujer, por su enfermedad que la marginaba de la sociedad,
tenía que ser muy discreta, pero no menos decidida.
Sólo ella
sabe que, por su enfermedad, según las enseñanzas de aquel tiempo, era impura.
Si los demás hubieran sabido no dejarían que anduviera entre la gente. Pero
Jesús sí podría saberlo, pero ella no se atreve a pedirle la curación en
público, por eso en secreto y por detrás decide y cree que con sólo tocar el
manto de Jesús se curaría. Es tanta la fe de esta mujer en Jesús que vence los
temores personales y las barreras impuestas por la ley con tal de obtener la
salud y la paz. De hecho, cuando Jesús buscaba a la mujer que lo había tocado,
ella se acercó “asustada y temblorosa” y Jesús le dijo: “Hija, tu fe te
ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”. Jesús buscaba
con la mirada a la mujer, pero no para reprocharle, sino para confirmarle que
ha quedado sana y que vaya en paz.
Esta
mujer es el símbolo de todas las mujeres que sufren en secreto por su condición
de mujer o a veces marginadas por sus enfermedades. Jesús, como siempre, la
cura, la libera e integra a la sociedad. Pero también, por su gran fe, esta
mujer es el símbolo de todas esas mujeres que oran día y noche a Jesús por
tener una vida más digna para ellas o para sus familias, mujeres que no han
encontrado la salud, la paz y la alegría, sino en su confianza en Jesús que es
el único que sabe de sus sufrimientos y las libera, las cura y las salva.
En el
caso de la niña de doce años es hija de un jefe de la sinagoga, llamado Jairo,
que le dice a Jesús: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las
manos para que se cure y viva”. Cuando Jairo hace esta petición a Jesús, su
hija todavía no está muerta. Pero sabe que una enfermedad grave es camino a la
muerte y que sólo Dios puede librarla de ella, como dice el salmista: “Señor,
Dios mío, a ti clamé y tú me sanaste. Sacaste mi alma del seol, me has
recobrado de entre los que bajan a la fosa” (Sal 30, 3-4). Todavía no
llegan a casa de Jairo y le vienen a decir: “Ya se murió tu hija, ¿Para
qué sigues molestando al maestro?” En el trayecto la hemorroisa que
había tocado a Jesús quedó curada, gracias a su fe en Jesús, y eso retrasó la
llegada a casa de Jairo, pero esto era a propósito para aumentar la fe de Jairo.
Por eso cuando Jesús oyó lo que le dijeron a Jairo le dijo: “No temas,
basta que tengas fe”, y siguieron caminando.
Al llegar
a la casa hay mucho alboroto y Jesús dice una palabra que causó mucha risa: “La
niña no está muerta, está dormida”. Sabemos que en la Sagrada Escritura es
muy común que el sueño simbolice la muerte. Cuando se dice que David se acostó
con sus padres, significa que se murió (cfr. 1 Re 2, 10), pero también hay que
decir que los que duermen, esperan la vida eterna: “Nuestro amigo Lázaro
duerme; pero voy a despertarle” (Jn 11,11). Es el mismo sentido cuando
Jesús dice: “La niña no está muerta, está dormida”.
Ahora
bien, llegado a donde está la niña Jesús le dice: “Talitá kum, que
significa: Óyeme niña, levántate”, es decir, vuelve a la vida. O sea que
Jesús, con este milagro, enseña que él es la resurrección y la vida y que todo
el que crea en él, aunque muera vivirá (cfr. Jn 11, 24). En sentido espiritual
profundo, “Talitá Kum” significa conviértete, es decir vuélvete del estado en que
te encentras. Es un llamado a convertirnos a Cristo del estado de pecado y de
muerte que hay en nosotros al estado de la gracia y de la vida en comunión con
él. Sin embargo, hay que buscarlo con fe, como Jairo que se postró ante Jesús y
le suplicaba con insistencia la curación de su hija, o como la mujer que
padecía flujo de sangre que pensaba que con sólo tocar su vestido se curaría”.
En efecto Dios quiere la vida y la quiere plena.
Afirma el
libro de la sabiduría que: “Dios creo al hombre para que nunca muriera,
porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo”. Es decir que el hombre en
cuanto ser humano, sería mortal, pero en cuento imagen de Dios tendría la
capacidad de la inmortalidad. Dios nos ha creado mortales, pero nos ha revelado
que la vida no termina con la muerte, pues para los que creemos en Cristo la
vida no se acaba, sino que se transforma. La prueba que nos da esa esperanza es
la resurrección de Cristo. Si Cristo resucitó, es posible la resurrección y de
esta manera se confirma que: “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en
la destrucción de los vivientes”. Sin embargo, “Por envidia del
diablo entró la muerte en el mundo”, así que para tener esa vida de Dios,
que no se acaba, es necesario no pertenecer al diablo, porque la muerte, dice
el libro de la sabiduría: “La experimentan quienes le pertenecen”.
San Pablo
para motivar a los corintios a la colecta por los pobres de Jerusalén les dice
que ya se distinguen en muchas cosas, incluso en el amor hacia nosotros: “Distínganse
también ahora por su generosidad”. Además san Pablo pone de ejemplo de
generosidad a Cristo mismo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con
su pobreza, ¿cuál esa pobreza? Precisamente su generosidad de vaciarse de su
condición divina (de su riqueza) y de amar sin medida y sin límites a nosotros
pecadores. Jesús no ama sólo a los que lo aman, sino a todos. Distinguirse pues
en generosidad es distinguirse en amar a todos. Y en esta generosidad y en este
amor está la plenitud de vida de Dios que trasciende la muerte biológica y nos
lleva a la vida eterna.
En fin,
podemos decir que la Palabra de Dios nos invita a convertirnos hacia la
naturaleza, las creaturas del mundo son saludables; convertirnos
también hacia la vida, Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción
de los vivientes; convertirnos hacia los demás en generosidad como Pablo
pedía a los corintios y convertirnos hacia Dios que no quiere la muerte del
pecador, sino que se arrepienta y viva (cfr. Ez 18, 23). ¡Que así sea!
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla
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