El alma de una tradición: los elementos sagrados que dan vida a las ofrendas del Día de Muertos
México, a 28 de octubre de 2025.- Cada año, entre finales de octubre y los primeros días de noviembre, los hogares mexicanos se llenan de luz, color y aroma, mientras las familias preparan las ofrendas del Día de Muertos para recibir a las almas de quienes partieron. Más que una costumbre, este ritual es un acto de amor y memoria, una comunión entre la vida y la muerte que revela la profundidad espiritual del pueblo mexicano.
El Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) explica que la ofrenda actual es el resultado de un encuentro cultural entre tradiciones indígenas y europeas. Los españoles aportaron las velas, flores y ceras; mientras que los pueblos originarios conservaron su visión del alma, la purificación con copal, la comida y la flor de cempasúchil como guías hacia el mundo de los vivos.
Los símbolos que dan vida al altar
Aunque cada altar es único y refleja los gustos del ser querido, existen elementos imprescindibles que, según el INPI, deben estar presentes para recibir con respeto y devoción a las ánimas:
Agua, símbolo de pureza y fuente de vida, que mitiga la sed del espíritu después de su largo viaje.
Sal, elemento de purificación que preserva el cuerpo y protege el alma en su tránsito entre ambos mundos.
Velas y veladoras, cuya flama representa la fe, la esperanza y la luz que guía el retorno de los difuntos. En muchas comunidades, se coloca una vela por cada alma recordada; si son moradas, expresan duelo.
Copal e incienso, usados desde tiempos prehispánicos para limpiar el camino de los malos espíritus y abrir paso a las almas.
Flores, especialmente el cempasúchil, que con su color dorado y aroma inconfundible señala el sendero del regreso. Las flores blancas como el alhelí o la nube acompañan a las almas de los niños por su pureza.
Petate, que sirve como lecho para descansar o como mantel donde reposan los alimentos ofrecidos.
Pan de muerto, emblema del cuerpo y la generosidad; su forma y sabor simbolizan el ciclo de la vida.
Golletes y cañas, representaciones de los cráneos y las varas donde eran ensartados los enemigos vencidos, herencia de los antiguos rituales.
El izcuintle, el fiel perro que, según la tradición mexica, ayuda a las almas a cruzar el río Chiconauhuapan para llegar al Mictlán, el lugar del descanso eterno.
Una tradición viva que une generaciones
Colocar una ofrenda no es solo un acto ritual, sino una declaración de identidad cultural. A través de los años, esta costumbre ha trascendido templos, escuelas y plazas públicas, manteniendo viva la conexión con el pasado. En comunidades indígenas y urbanas por igual, la ofrenda se convierte en un puente entre generaciones, donde los niños aprenden que la muerte no es el fin, sino una forma de regresar al corazón de los suyos.
Así, entre el resplandor de las velas, el aroma del copal y el murmullo de las oraciones, México honra la memoria de sus muertos con alegría y respeto, reafirmando que el amor trasciende el tiempo y que, mientras haya quien coloque una flor y encienda una vela, ningún alma estará olvidada.




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