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domingo, 13 de septiembre de 2020

“Si mi hermano me ofende”

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO
“LECTIO DIVINA”
LECTIO ¿QUÉ DICE EL SEÑOR?
Texto: Mt 18, 21-35:
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.
Entonces Jesús les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: “Págame lo que me debes”. El compañero se le arrodilló y le rogaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
Notas para entender mejor lo que dice el texto:
1. “¿Cuántas veces tengo que perdonar? Hasta setenta veces siete”, es decir: siempre.
2. El siervo que debía mucho dinero nos hace ver que somos deudores insolventes a quienes Dios ama y perdona siempre.
3. El domingo pasado la Iglesia aparecía como comunidad en la que se corrigen unos a otros, hoy aparece como comunidad donde se perdonan los unos a los otros.
4. El evangelio de hoy explica la petición del Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, por eso termina diciendo: “Lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
MEDITATIO ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR?
El evangelio nos dice que Pedro preguntó a Jesús: “Si mi hermano me ofende ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?”. Esta pregunta va seguida de otra que espera una respuesta afirmativa por parte de Jesús: “¿hasta siete veces?” Siete era lo más que se podía perdonar, pero a una persona muy cercana, como por ejemplo un hijo. En efecto, los padres son en la tierra los mejores imitadores del amor y del perdón de Dios que no tiene límites. La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: “Hasta setenta veces siete”, es decir siempre, como lo hace Dios que es amor y perdón constantes. Vivir esta enseñanza de nuestro Señor Jesucristo no es nada fácil; mejor dicho, no es nada fácil vivirla sin su ayuda. Pero si nos hemos sentido amados y perdonados por Dios, consecuencia de ello es que, por gracia de Dios, sí podamos perdonar a quienes nos ofenden. El amor y el perdón de Dios es una gracia que se ha de vivir y, en las relaciones entre hermanos, se debe compartir.
Por esto cuando Jesús habla del amor y del perdón, incluso a los enemigos, dice: “Sean perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48), es decir que hay que parecerse lo más posible a Dios que ama y perdona siempre. Esta es la razón o el fundamento del por qué tenemos que perdonar a quienes nos ofenden. Si nosotros sabemos que somos pecadores y que, a pesar de eso, Dios, porque nos ama, nos perdona, entonces nosotros debemos imitar su modo de amar. Por lo anterior, se exige que, si creemos en Dios y queremos vivir en su amor, debemos amar a los que Dios ama y si éstos nos ofenden, debemos perdonarles como Dios nos ha perdonado.
Para ilustrar lo anterior Jesús contó una parábola en la que un rey quiso ajustar cuentas con sus servidores y el primero que le presentaron, le debía mucho dinero y no podía pagar absolutamente nada, pero ante la súplica de éste: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”, el rey le perdonó; sin embargo, el siervo no hizo lo mismo con uno de sus compañeros que le debía poco, sino que lo metió en la cárcel. La parábola nos enseña que, ante Dios, todos somos deudores insolventes que no podemos pagar nada; pero Dios, si le suplicamos, reconociendo nuestra indigencia, nos perdona absolutamente todo; pero exige que hagamos lo mismo con quienes nos ofenden. Por esta misma razón en la oración del Padrenuestro decimos: “Perdónanos como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Si perdonamos también somos perdonados, pero si no perdonamos de nada vale pedir perdón. En la parábola, el rey dice: “Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Lo que Dios hace con nosotros hay que hacerlo con nuestros hermanos.
Amar y perdonar es la fuente de la liberación interior y de la paz entre todos los seres humanos. El odio y el rencor son signos de no poder perdonar a quién nos ofende y por ende de que no hemos experimentado el amor y el perdón de Dios. El odio, en la persona que no puede perdonar, es como un veneno que se toma para que el otro se muera y él es el que se está envenenado. El odio, en su nivel más alto, lleva muchas veces a la venganza, pero antes hace daño sólo al ofendido que no ha podido perdonar. La venganza, dice el refrán: “Nunca es buena, mata el alma y la envenena”. La venganza, a diferencia del odio, no sólo daña al ofendido, sino que hace daño a los dos y desencadena una espiral de violencia y de odio que sólo se puede romper con el amor y el perdón. Así nos lo demostró nuestro Señor Jesucristo en la cruz cuando dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
Al final de la parábola, aquel siervo malvado se quedó sin perdón y fue entregado a los verdugos hasta que pagara la deuda, lo cual lleva a una conclusión: “Lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Uno se pude preguntar ¿si Dios es tan misericordioso y su amor no tiene límites cómo es que no perdona al que no perdona a su prójimo? Dado que el amor y el perdón se identifican con Dios, el que no ama y no perdona, no es que Dios no lo pueda perdonar, sino que él se excluye o se aparta del amor y del perdón de Dios y por esto mismo no puede dar a los demás lo que él no ha recibido o habiéndolo recibido lo ha dejado a un lado y se ha apartado de él. Dicen que nadie da lo que no tiene. Para amar y perdonar hay que poseer a Dios y ser poseído por él, como dice san Pablo a los romanos: “Si vivimos para el Señor vivimos; si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor”. En definitiva, para amar y perdonar es necesario sentirse y experimentarse amado y perdonado por Dios.
ORATIO ¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR?
Señor Dios Padre todopoderoso, te bendecimos y te damos gracias porque eres misericordioso con nosotros y estás pronto para perdonarnos, cada vez que te lo pedimos. Delante de ti somos pecadores y deudores insolventes que nada podemos pagar, sólo aceptar tu perdón y agradecer por tu amor incondicional.
Señor Dios todopoderoso, te pedimos que toques nuestro corazón con una pequeña llama del fuego de tu amor y de tu misericordia para que nos encendamos en tu amor y podamos perdonar a quienes nos ofenden y así nunca vernos privados de tu amor y de tu perdón porque nosotros también tendremos la capacidad de perdonar a los que nos ofenden.
Señor, concédenos la gracia de descubrir nuestros pecados más profundos que nos impiden experimentarnos pecadores amados y perdonados por ti y, por consiguiente, llenos de amor y fuerza para perdonar a los que nos ofenden, incluso si no nos piden perdón.
OPERATIO ¿QUÉ NOS PIDE EL SEÑOR?
Dios nos pide que nos reconozcamos pecadores y deudores insolventes que no podemos pagar el amor y el perdón de Dios, lo que podemos hacer es recibirlo gratuitamente y disponer nuestro corazón para poder hacer lo mismo con nuestros hermanos.
Dios nos pide que perdonemos siempre, incluso al que no nos pide perdón, sólo así somos merecedores de recibir su perdón. Pero con mayor razón Dios quiere que perdonemos a los que nos ofenden y nos pide perdón.
Dios quiere que tomemos conciencia de que la Iglesia, de la que formamos parte, es una comunidad de amados y perdonados por Dios que se aman, se perdonan y se reconcilian unos a otros hasta setenta veces siete, es decir cuantas veces sea necesario.
Dios quiere que perdonemos de corazón a nuestros hermanos, es decir que tengamos un corazón limpio en el que no haya odio ni venganza. Dios sabe que el odio y la venganza envenena nuestra alma, nos quita la paz e impide que recibamos su amor y su perdón.
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla

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