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“Las migajas que caen de la mesa”

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO
“LECTIO DIVINA”
LECTIO ¿QUÉ DICE EL SEÑOR?
Texto: Mt 15, 21-28:
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”. Él les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.
Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame! Él le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.
Notas para entender mejor lo que dice el texto:
1. Tiro y Sidón están más allá de las fronteras de Israel. Esto muestra la universalidad de la salvación ofrecida por Jesús.
2. Una mujer cananea sale al encuentro de Jesús y le suplica: “Ten compasión de mí”. Su hija: “Está terriblemente atormentada por un demonio”.
3. Ante la súplica de la mujer, Jesús primero calla, después da una respuesta disuasiva.
4. La mujer postrada suplicó: “¡Señor ayúdame!”.
5. Tercer gesto disuasivo de Jesús: “No está bien quitarles el pan a los hijos”.
6. La respuesta de la mujer indica que le bastan las migajas del pan de la mesa los hijos.
7. El evangelio termina con una respuesta elogiosa de Jesús y curación de la hija de la mujer.
MEDITATIO ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR?
En el evangelio de este domingo aparece la universalidad de la salvación de Dios y la condición única para entrar a formar parte de su pueblo, es decir la fe. La fe que se hace súplica, la fe que se hace oración, la fe que nos lleva al encuentro del Señor.
En el evangelio, Jesús traspasa los límites territoriales de Israel y, paradójicamente, descubre una fe muy grande en una mujer cananea, es decir en una extranjera, probablemente mujer abandonada o por lo menos sola ya que pide, probablemente, por su única hija que, además, está endemoniada. Hace quince días, Jesús se compadecía de la gente y decía a sus discípulos: “Denles ustedes de comer”; la semana pasada, por los vientos contrarios que amenazaban hundir la barca en la que iban los discípulos, pensamos en las situaciones difíciles que amenazan hundir la barca de la Iglesia o la barca de nuestra vida; hoy, con el evangelio de este domingo, no puede uno dejar de pensar en las mujeres solas o abandonadas que, muchas veces, son un ejemplo de fe y de oración para salir adelante, ellas y sus hijos.
En el evangelio, Jesús camina hacia la comarca de Tiro y Sidón, pueblos que no pertenecían a Israel y: “Una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. El dolor de su hija lo siente en carne propia, por eso dice: “¡Ten compasión de mí!”. Aunque esta mujer no pertenecía a Israel, las palabras con las que se dirige a Jesús muestran que conocía las promesas hechas a Israel, pues le dice: “Hijo de David”. Llama la atención que Jesús no le haga caso a la mujer, pues: “No le contestó una sola palabra” y, además, que cuando los apóstoles le dicen que la atienda les diga a ellos: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”, es decir a los israelitas dispersos por todas las naciones. La mujer parece haber oído aquellas palabras, pero no se desanimó, sino que, al contrario: “Se acercó entonces a Jesús, y postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!”. Nuevamente nos desconcierta la respuesta disuasiva de Jesús cuando le dice: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”.
Hay que recordar que los israelitas, por ser parte del pueblo de Dios, se consideraban los hijos y llamaban perros a los que no pertenecían a ellos. Jesús, para probar la fe de aquella mujer, recoge esta expresión irónica e hiriente y la suaviza con el diminutivo “perritos”. La mujer, por su parte, reconociendo su condición de extranjera, dice: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Por estas palabras Jesús alabó la fe de aquella mujer y le concedió lo que le pedía: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija”.
Podemos ver en esta mujer cananea, que ha salido al encuentro de Cristo, que momento a momento, en el diálogo con Jesús, va madurando su fe. Contrasta la fe de esta mujer con la fe de Pedro en el relato del domingo pasado. En aquella ocasión, Pedro, también sale al encuentro del Señor, caminando sobre el agua, pero lo hizo con muchas dudas y desconfianzas, las cuales terminaron por hundirlo y cuando Jesús lo ayuda le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”; en cambio, en este evangelio, esta mujer no tiene ninguna duda, a pesar de las aparentes negativas de parte de Jesús y de que no forma parte del pueblo de Dios y por esto Jesús le dice: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija”.
Esta mujer cananea nos representa y es modelo de fe para todos nosotros que, como ella, no formamos parte del pueblo de Dios, según la sangre, sino que hemos venido a ser parte de la familia de los hijos de Dios por la fe. Y precisamente esa fe que nos ha hecho formar parte del pueblo de Dios la tenemos que purificar y madurar constantemente. Hoy vemos en el evangelio que la fe no tiene fronteras territoriales o de nacionalidad, la fe debe ser humilde, suplicante y perseverante hasta alcanzar no sólo la gracia pedida, sin la fuente de la gracia, es decir al Señor mismo. En efecto, no podemos utilizar o engañar a Dios para conseguir sólo nuestras necesidades más inmediatas, en realidad cuando la mujer cananea obtiene la curación de su hija, en realidad ya se ha encontrado con Dios. San Agustín decía que Dios escucha nuestras súplicas si lo buscamos a él; en cambio, si a través de él buscamos otras cosas, entonces no nos escucha, es decir no nos atiende.
Hermanos, por nosotros mismos no tenemos ningún derecho; por la gracia del bautismo llegamos a ser hijos de Dios, pero no debemos olvidar a los que no han llegado a esta gracia, especialmente si sufren, como la mujer cananea. Si el dolor no tiene fronteras, tampoco la caridad debe tenerlas. Si Jesús no se puso límites para para aliviar el sufrimiento de la gente, nosotros tampoco debemos ponernos límites. Como la mujer cananea, pidámosle a Cristo por nuestros seres queridos que sufren, pidámosle también por las mujeres solas o abandonadas que sufren y luchan por sus hijos en medio de este mundo tan lleno de violencia y de sufrimiento en el que nos encontramos. ¡Que así sea!
ORATIO ¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR?
Te bendecimos Dios Padre todopoderoso porque quieres que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cfr. 1 Tm 2, 3-4) y para eso has enviado a tu Hijo Jesucristo que no limitó su misión sólo en favor de los hijos de Israel, sino que traspasó sus fronteras geográficas para mostrar la universalidad de la salvación y el acceso por medio de la fe.
Señor Dios, nos desconcierta la pedagogía de la fe. Por un lado, vemos la actitud de los discípulos que piden a Jesús que atienda a la cananea sólo para que no los vaya molestando, por otro lado, nos desconcierta la indiferencia de tu Hijo Jesús hacia la cananea, pues primero no le contesta, luego dice que sólo viene a buscar las ovejas de la casa de Israel y, para terminar, dice que no está bien quitarles el pan a los a los hijos para dárselo a los perritos. Señor ayúdanos a superar las pruebas de la fe y a buscar las migajas del banquete de la gracia.
Señor concédenos la gracia de entrar en la dinámica de la pedagogía de la fe que requiere de humildad, de decisión y de ubicación delante de ti y conformarnos con una migaja de la mesa de los hijos, porque no tenemos ningún derecho de exigirte. Nada nos debes. Sólo quieres que supliquemos, que nos postremos y abramos nuestro corazón al crecimiento en la fe suplicante que se hace adoración y nos obtiene la salud y la salvación.
OPERATIO ¿QUÉ NOS PIDE EL SEÑOR?
Jesús quiere que reconozcamos que por nosotros mismos no tenemos ningún derecho, pero la fe nos pude dar acceso a la gracia si la hacemos con humildad y en suplica orante que nos lleve a postramos en adoración ante el Señor para obtener aquello que más nos hace falta, sobre todo para nuestra salvación o la de nuestros seres queridos.
Jesús nos pide que tengamos conciencia que no tenemos exclusividad. Para empezar, no somos del pueblo de Dios según la sangre, sino que hemos venido a ser parte de él según la fe. Pero incluso si ya somos parte en la mesa de los hijos, no tenemos derecho a despreciar a los demás, pues si ellos son más humildes y maduran en su fe, se nos pueden adelantar en el reino de los cielos.
El Señor quiere que no sólo pensemos y busquemos nuestras necesidades, por extraordinarias que éstas sean, sino que comprendamos que éstas muchas veces son una gracia para buscarlo a él que es la fuente de la salud y de la salvación. Si sólo buscamos las cosas del Señor, él nos escucha; pero cuando buscamos al Señor de las cosas, lo demás se nos da por añadidura.
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla

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