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El tesoro, la perla fina y la red

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO
“LECTIO DIVINA”
LECTIO ¿QUÉ DICE EL SEÑOR?
Texto: Mt 13, 44-52:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clases de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos; vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto? Ellos le contestaron: Sí. Entonces Él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
Nota para entender mejor lo que dice el texto:
1. En el evangelio de hoy tenemos tres parábolas, la del tesoro escondido en un campo, la de la perla muy valiosa y la de la red que los pescadores echan en el mar.
2. En las dos primeras parábolas se habla de lo que sucede ahora si se encuentra el Reino de Dios: “El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo”.
3. En la tercera se habla de lo que sucederá al final de la vida como consecuencia de haber sido o no parte del Reino.
4. Para ser atrapado en la red del Reino hay que tener la medida adecuada y la calidad para no ser desechado, es decir que hay que identificarse con Cristo para tener la medida moral y espiritual necesaria para entrar en el Reino.
MEDITATIO ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR?
Encontrar el tesoro en las primeras dos parábolas es encontrar a Cristo lo cual nos da la capacidad para cambiarlo o venderlo todo por él: “Vender todo” significa que, ante Cristo, todo pasa a segundo plano, no hay nada ni nadie que pueda estar en primer lugar, sólo Cristo debe ocupar el primer lugar en nuestra vida. San Pablo decía: todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo (cfr. Flp 3, 8). El encuentro con Cristo produce un cambio total de mente, de corazón y de acción: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas Est No. 1).
Lástima que muchos no se han encontrado con Cristo ni buscan su Reino, sino que, a costa de los demás, buscan el Reino de este mundo, cuyo dios es el dinero y cuyo camino para obtenerlo es el pecado, la violencia y el crimen; pero también cuyo salario o paga final es la muerte (cfr. Rm 6, 23). Cuando no nos hemos encontrado con Cristo, el dinero puede convertirse en nuestro dios y cuando esto sucede nos ciega los ojos para no ver las cosas de Dios y nos endurece el corazón para no sentirlo. En una situación así, sólo se tiene corazón para el dinero. Se es rico de oro, pero se es pobre de Dios. En este sentido vale la pena recordar que rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita. Por lo anterior, todas las riquezas y la gloria humana quedan en segundo plano.
Encontrar a Cristo llena de una enorme alegría por haber encontrado a Dios y a su Reino o porque Dios nos haya encontrado a nosotros. Por tanto, si vemos cristianos tristes es porque no se han encontrado plenamente con Cristo. San Francisco de Sales decía que un santo triste es un triste santo. Podrán estar bautizados, asistir a la Misa, pero si no hay alegría en su vida, a lo mejor saben que ahí está Cristo, pero no lo viven, no lo sienten, no lo experimentan y, por lo mismo, no viven llenos de alegría. Se podría decir que son dueños del campo donde está el tesoro, pero no lo saben. Se podría decir que ellos son el campo, el tesoro está en ellos, pero no lo ha descubierto. San Pablo dijo que llevamos un tesoro en vasijas de barro (cfr. 2 Co 4, 7), llevamos al mismo Dios, somos portadores de él. En el Padre Nuestro no decimos venga al mundo tu Reino, sino: “Venga a nosotros tu Reino” (cfr. Mt 6, 10).
Si decimos buscar a Dios, pero esto no nos entusiasma, es porque no lo hemos encontrado, pero, si seguimos buscando, Dios nos preparará el momento para tener ese encuentro. Sólo el que no busca a Dios no lo encuentra. Jesús decía que el que busca encuentra y al que toca se le abre (cfr. Mt 7, 8). Por otro lado, buscar a Dios no es que se desprecien los bienes materiales, sino que se pone a Dios y a sus dones espirituales en primer lugar. Quienes buscan a Dios, Dios les da todo lo demás. Dios, ante todo, nos quiere llenar de sí mismo, nos quiere llenar de su amor. Teniendo esto, como dijera san Pablo: “¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?” (Rm 8, 35.38-39). Si Dios es nuestra riqueza, nada nos puede separar de su amor: “Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón” (Mt 6, 21).
Encontrar el Reino de los cielos es encontrar algo muy valioso por lo que vale la pena venderlo todo con tal de poseer aquel tesoro o perla preciosa que se ha encontrado. San Cipriano decía que, así como Cristo es la resurrección porque en él resucitamos, así también él es el Reino porque en él reinamos. Encontrar el Reino es encontrar a Cristo que es el camino, la verdad y la vida (cfr. Jn 14, 6); es decir el camino al cielo, la verdad que nos viene de Dios y la vida eterna. Santo Tomás de Aquino decía que Cristo es camino en cuanto hombre y término del camino en cuanto Dios. Por esto muchos, como san Francisco de Asís al encontrarse con Cristo, lo dejaron todo.
La tercera parábola nos dice que la red que los pescadores echan al mar recoge toda clase de peces y, cuando se llena, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados, ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Y termina diciendo: “Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido”. En la parábola de la cizaña veíamos como en el Reino de Dios coexisten el bien y el mal, el trigo y la cizaña. La parábola de la red nos dice también que los pescadores, al final de la pesca ponen los buenos pescados en canastos y tiran los malos. Las dos primeras parábolas nos hablan de lo que sucede ahora, en el tiempo presente, si en verdad nos encontramos con Cristo; la última parábola nos habla de lo que sucederá al final de la vida terrena como consecuencia de haber sido o no parte del Reino.
Para que seamos recogidos por la red, es necesario tener la medida de Cristo, es necesario revestirse del hombre nuevo y llegar al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (cfr. Ef 4, 13). En efecto, una red recoge peces de cierta medida. Si los peces están muy chicos no se quedan en la red y si son peces gordos no pueden ser atrapados. Hay que madurar en el encuentro y seguimiento de Cristo. No hay que ser peces chicos, ni peces gordos que se comen a los chicos por tantos pecados e injusticias. Que Dios nos conceda la gracia de encontrar el tesoro y la perla que es Cristo y dejarlo todo con tal de seguirlo.
ORATIO ¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR?
Señor Dios, concédenos la gracia de encontrarnos con Cristo tu Hijo y que él se convierta en nuestro tesoro por el cual, llenos de alegría, estemos dispuestos a cambiarlo todo. Que, al tener a Cristo, todo lo demás pase a segundo término: la vida o la muerte, la salud o la enfermedad, la riqueza o la pobreza, los honores o la cruz.
Danos, Señor, la gracia de cambiar nuestra mente y nuestro corazón. Haz que, aunque seamos vasijas de barro, experimentemos vivamente tu amor de manera que nos sintamos llenos de ti y que nada ni nadie nos separe del amor de Cristo que murió y resucitó por nosotros.
Señor Dios, sabemos que tú eres nuestro creador, nuestro redentor y nuestro santificador y que quieres que acojamos tu Reino en nuestro corazón porque acoger el Reino es acogerte a ti y como consecuencia de ello, al final de nuestra vida terrena, quieres llevarnos a tu Reino eterno de gloria. Concédenos la gracia de parecernos e identificarnos con tu Hijo Jesucristo para poder ser atrapados en tu red.
OPERATIO ¿QUÉ NOS PIDE EL SEÑOR?
Dios nos pide que busquemos su Reino, pero no como algo externo a nosotros, sino como a Dios mismo que viene a nuestro encuentro, a través de los acontecimientos de nuestra historia, pero quiere reinar en nuestro corazón para que nosotros reinemos en el suyo.
Dios quiere llenarnos de su amor, de su paz y de su alegría. Para ello nos pide que le abramos nuestro corazón, que nos llenemos de él y lo hagamos presente en nuestro mundo a través de nuestros pensamientos, palabras y acciones.
Dios quiere que en este mundo lo conozcamos, lo amemos y lo busquemos en los otros y en nosotros y crezcamos en ese conocimiento y en ese amor: “Hasta que lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo” (cfr. Ef 4, 13) para poder ser recogidos en la red que nos lleva al Reino de los cielos. ¡Que así sea!
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla

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