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¿Quién es digno de seguir a Jesús?

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO
“LECTIO DIVINA”
LECTIO ¿QUÉ DICE EL SEÑOR?
Texto: Mt 10, 37-42:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.
Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.
El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo.
Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.
Notas para entender mejor lo que dice el texto:
1. Este evangelio es la parte final del discurso misionero en el que Jesús está dando instrucciones a sus discípulos para la misión. En este contexto hay que entender el amor a Cristo por encima del amor a los padres, del amor a sí mismo o del amor a la propia vida, lo cual explica el por qué tomar la cruz de cada día.
2. “El que ama a su padre…”. Jesús no está en contra del mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre” o del amor a nuestros familiares, simplemente quiere ser el primero en nuestro corazón.
3. “El que no toma su cruz” no puede seguir a Jesús. No hay seguimiento de Jesús sin cruz, ni cruz sin amor de Jesús.
4. Seguir a Jesús es salvación, pero para la vida eterna.
5. “El que recibe a un profeta… a un justo”. Por haberse hecho uno de nosotros hay una representatividad de Jesús en todo ser humano.
6. “Quien diere… un vaso de agua”. Nada queda sin recompensa.
MEDITATIO ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR?
Para ser misionero de Cristo hay que poner por encima de cualquier otro amor el amor de Cristo, o el amor a Cristo. El amor de Cristo es el que él nos tiene, el amor a Cristo es nuestro amor a él. Cristo debe ser el número uno en nuestra vida, en nuestros pensamientos y en nuestro corazón. Ciertamente eso no significa que Jesús esté aboliendo el mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre”. De hecho, en este evangelio no dice que no amemos a nuestros padres, sino que el que ama a su padre o a su madre más que a él, no es digno de él. Lo mismo dice del amor a los hijos. El amor a Dios debe ser lo primero, el principio y el fin de nuestra vida. Y no sólo eso, sino que el amor a Cristo debe ser el fundamento de cualquier otro amor. Un auténtico amor a Cristo debe traducirse en un mejor amor a nuestros padres, a nuestros hijos o a nuestros prójimos. Esto que Jesús exige a sus discípulos él lo ha vivido en relación al Padre del cielo, en relación a sus padres humanos y en relación a su propia vida. En efecto Jesús ponía en primer lugar su relación o su amor al Padre que lo había enviado.
Otra condición para ser discípulo y misionero de Jesús es tomar la cruz de cada día, es decir que se trata de asumir todas las dificultades que se presenten por seguir a Cristo ya que no hay seguimiento de Jesús sin cruz, ni cruz sin amor de Jesús. En este sentido dice la Escritura: “Si quieres servir al Señor prepárate para la prueba” (Eclo 2, 1). Tomar la cruz en primer lugar significa renunciar a nosotros mismos, a nuestros proyectos personales y poner en primer lugar el proyecto que Dios tenga sobre nosotros.
Por otro lado, seguir a Jesús exige dejar también en segundo término a la propia familia y a los bienes materiales. Seguir a Jesús exige, muchas veces, desprenderse de lo que se tiene o de lo que se puede llegar a tener; pero, sobre todo, exige estar dispuesto a ser rechazado como Jesús e incluso condenado como Jesús. En definitiva, tomar la cruz y seguir a Jesús significa renunciar a todo, menos a él, o tenerlo todo después de él y precisamente gracias a él y subordinado a él. No obstante, todo lo anterior, hay que decir que cargar la cruz no es buscar cargas insoportables en nuestra vida. Es más, ni siquiera hay que buscar la cruz, sino buscar a Jesús y aceptar la cruz que Dios tiene prevista para nosotros por seguir a su Hijo Jesús.
Teniendo en cuenta lo anterior, el seguimiento de Cristo, en su radicalidad, implica la entrega total al Señor y la disposición para correr la misma suerte de su Señor, incluso perdiendo la vida terrena por Cristo, pero no perdiendo la vida eterna, por eso dice el evangelio: “El que salve su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la salvará”. ¡Perder o salvar! Esta es la paradoja evangélica que sólo es comprendida y vivida por aquellos que Jesús ha tocado en su corazón y que han experimentado su amor y por esto están dispuestos incluso a morir, pero no de manera insensata, la muerte no tiene sentido por sí misma, la clave está en perder la vida por Cristo, lo cual significa ganarla. Se podría decir que tomar la cruz es signo de que, en nuestra vida, el amor a Dios es más fuerte que el amor a la propia vida terrena.
En la segunda parte del evangelio se insiste repetidamente, con distintas figuras, que el discípulo, en cuanto enviado, hace presente a Cristo: hay en él una especie de representatividad o de sacramentalidad a tal grado de que Jesús dice: “Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado”. Jesús se encuentra presente de algún modo misterioso en todo ser humano, especialmente en los pobres y marginados. En otro pasaje del evangelio de san Mateo dice que lo que se le hace a la más pequeños a él se lo hacen (cfr. Mt 25, 31-46). En el evangelio de hoy insiste especialmente en esa presencia suya en sus enviados, los cuales lo evocan y hacen presente.
En el evangelio aparece también muy claro el tema de la recompensa, por un lado, para los mensajeros del evangelio y, por otro lado, para los que acogen a sus enviados. El evangelio dice que el que recibe a un profeta, recibirá recompensa de profeta, y el que recibe a un justo recibirá recompensa de justo y el que recibe “a uno de estos pequeños no perderá su recompensa”. Estas distinciones en cuanto a los mensajeros no explican la distinción en cuanto a la recompensa. La enseñanza general es que nada que hagamos a los enviados de Dios quedará sin recompensa independientemente si se trata de un apóstol, de un profeta, de un justo o de un pequeño discípulo. En todo caso, si los enviados representan a Cristo y alguien los recibe, recibe al mismo Cristo, por tanto, la recompensa es Cristo.
Jesús decía que el que no lo ama más que a sus propios padres no es digno de él, lo mismo el que no toma su cruz y lo sigue. Pero ¿quién es digno de seguir a Jesús? Por sí mismo nadie es digno, pero Jesús nos hace dignos. No cerremos el corazón a su llamada, tomemos la cruz y sigámoslo, no olvidemos que nada queda sin recompensa. Después de la cruz está la gloria, después de la muerte está la resurrección.
ORATIO ¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR?
Señor Jesús, te damos gracias por tu testimonio de amor al Padre que te envió, por el amor a tus padres humanos y por tu amor a nosotros y porque nos invitas a ser misioneros para anunciar el Reino de Dios siguiendo tu propio modelo de entrega y de amor hasta la muerte.
Te pedimos Señor la ayuda de tu gracia para poder corresponder a tu amor y para ponerlo por encima de cualquier otro amor, incluso del amor a nuestros padres, familiares o a nosotros mismos, lo cual nos exige amarnos como tú nos amas y amar a nuestros familiares entrañablemente en tu amor y desde tu amor.
Señor Jesús, concedernos vivir en tu amor, la gracia de una entrega total a ti que haga posible no sólo ser signo de tu presencia, sino descubrir tu presencia en los demás y, por lo mismo, no sólo tomar la cruz de cada día, sino amarla como tabla de salvación, camino o puerta de entrada en la gloria. Haz Señor que nuestros pobres esfuerzos no queden sin recompensa.
OPERATIO ¿QUÉ NOS PIDE EL SEÑOR?
El Señor quiere que todos seamos misioneros a su estilo. Para ello, nos pide que vivamos en su amor y que correspondamos a su amor con nuestro amor, es decir que su amor sea el número uno en nuestra vida, por encima del amor a nuestros familiares, amigos e incluso antes que el amor a nuestra propia vida.
Por otro lado, y por lo mismo, nos pide que tomemos la cruz de su seguimiento. No nos pide que la busquemos, sino que la aceptemos cuando se presente e incluso que la amemos porque, en su seguimiento, no hay cruz sin su amor ni hay amor sin cruz.
El Señor nos pide que vivamos una vida de entrega profunda a él, que nos permita valorar y respetar la vida terrena, sin perder de vista la vida eterna, de tal manera que si, por seguirlo a él, tuviéramos que decidir entre salvar esta vida o la eterna, estemos dispuestos a perder ésta, si es por salvar la otra, es decir la vida eterna.
El Señor nos pide que, como parte de nuestra misión, no perdamos de vista que lo hacemos presente con nuestra propia vida y, por otro lado, debemos descubrirlo presente en todo ser humano porque, por su encarnación, asumió y amó nuestra naturaleza y a todo ser humano. Por eso lo que hagamos a nuestros hermanos no queda sin recompensa ¡Que así sea!
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla

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