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“Cuando te inviten… Cuando des una comida”



LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO
“LECTIO DIVINA”
LECTIO ¿QUÉ DICE EL SEÑOR?
Texto: Lc 14, 1.7-14
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:
“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: “Déjale el lugar a éste”, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate a la cabecera”. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.

Notas para entender mejor lo que dice el texto:
1. Las dos enseñanzas de Jesús tienen como lugar en un banquete. En el primer caso: “cuando te inviten”, en el segundo: “cuando des una comida”.
2. La enseñanza de: “cuando te inviten” es: “ocupa el último lugar”.
3. La enseñanza de: “cuando des una comida” es: “invita a los pobres…”.
4. La conclusión de: “cuando te inviten” es: “el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
5. La conclusión de: “cuando des una comida” es: “se te pagará cuando resuciten los justos”.
6. La conclusión de: “cuando te inviten” tiene consecuencias en este mundo.
7. La conclusión de: “cuando des una comida” tiene consecuencias en la vida eterna: “cuando resuciten los justos”.

MEDITATIO ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR?

En el evangelio pareciera que Jesús nos quiere enseñar normas de urbanidad, pero no es así. En realidad, él aprovecha lo que sucede en casa del fariseo que lo invitó a comer para enseñarnos, no dos virtudes humanas, sino dos actitudes religiosas para ganarnos la entrada en el banquete de las bodas eternas. Se trata de la humildad y la generosidad, la humildad para los que carecen de bienes; la generosidad para los que gozan de ellos.

En el evangelio, Jesús dice que hay que ocupar el último lugar. Como dice Proverbios 25, 7: “Es mejor que te digan: ‘Sube acá’, que verte humillado ante los nobles”. De la misma manera, para entrar en el banquete del Reino, ahora hay que ubicarnos en el último lugar, sirviendo a los demás, para que sea Dios el que nos invite a entrar en el banquete del Reino de los cielos a ocupar los primeros lugares, o los últimos, lo mismo da en el cielo. Estar en el cielo es estar en la fiesta, lo mismo da un lugar que otro, ahí no hay envidia o mezquindad, estar en último o en el primer lugar es lo mismo que estar con Dios.

Para entrar en el Reino de Dios no hay que seguir los criterios del mundo, según el cual hay que ocupar los primeros lugares, escalar puestos, estar por encima de los demás. Además, muchas veces, para escalar puestos se tira de sus puestos a los demás. La dinámica del evangelio es descender, como el Hijo del hombre, y Dios se encarga de ascendernos hasta él. O sea que hay que tener la misma actitud del Hijo de Dios que siendo de condición divina se hizo pequeño y tomó nuestra condición, se humilló hasta la muerte y muerte de cruz, por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre (cfr. Flp 2,6-11).

Según el evangelio el puesto más importante es el último, el del servicio. En este sentido Jesús dijo: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28). De la misma manera el libro del Sirácida dice: “Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante Dios” (Si 3, 18). De hecho, en esta especie de parábola del Reino, a Jesús lo que le interesa es enseñar como entrar en él. La llave es la humildad: “El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Esto significa que para ganarnos el cielo hay que ser humildes; pero ¿qué significa ser humilde?

Humilde no es el que no le hace mal a nadie, el que no se mete con nadie. No hay que confundir humildad con inutilidad. La humildad es colocarse en el justo lugar que uno tiene en la creación y en medio de la humanidad, es darse cuenta de nuestra vocación, de nuestra misión y de nuestro fin. Hay que saber, por un lado, nuestra pequeñez y, por otro, nuestra grandeza, nuestra dignidad de hijos de Dios. La humildad no se puede entender sin referencia a Dios y a su misericordia por los pequeños. El Hijo de Dios se hizo humilde, se hizo humus, es decir se hizo tierra, se hizo carne, se hizo de nuestra condición. No debemos olvidar que, sin Dios, no somos más que polvo y ceniza. Santa Teresa en su libro Las Moradas dice que Dios es la suma verdad y la humildad es andar en la verdad. Si la humildad es el camino de la verdad, también es el camino de la santidad. Dios puso sus ojos en la humildad de María (cfr. Lc 1, 48), mujer de humildad, que caminó en la verdad y en la santidad.

Por otro lado, tal parece que en la casa del fariseo que invitó a Jesús a comer, no había pobres. Por esto Jesús aprovecha también para invitarnos a la generosidad, especialmente con los que no nos van a devolver el favor en esta vida. San Agustín decía que hay que dar de lo que tenemos para merecer lo que nos falta. La madre Teresa decía que hay que dar hasta que duela. Por eso dijo Jesús: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”. Esta frase final nos indica que nada queda sin recompensa. En efecto, decía Jesús: “Con el dinero tan lleno de injusticias gánense amigos que los reciban en el cielo” (Lc 16, 9). San Agustín también decía que donde está la humildad está la caridad. El Señor Jesús dijo en las bienaventuranzas: “Dichosos los misericordiosos porque alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). Alcanzar misericordia es alcanzar a Dios, es ganarse el cielo. Por cierto, mucho se ha dicho que san Pedro es el que cuida la puerta del cielo, el que juzga quién entra y quién no puede entrar. En realidad, son los pobres los que nos van a juzgar, según lo que hicimos por ellos, serán ellos los que nos reciban en el cielo o los que nos cierren la puerta.

El Señor nos invita a entrar en el banquete del Reino de los cielos. Aceptemos la invitación, pero hagámoslo viviendo con humildad y con generosidad ayudando a los que no tienen con que pagarnos, pero que nos recibirán en el cielo. No olvidemos que el bien que hagamos a ellos tiene su paga en el cielo porque lo que se hace a ellos Dios lo toma como si se lo hubiéramos hecho a él. Hay que vivir desde el punto de vista de la gratuidad, todo lo recibimos y todo lo damos. Decía san Ignacio de Loyola: “Que no busque yo más riqueza que pobreza, sino hacer tu voluntad”. Según este evangelio, la voluntad de Dios es nuestra humildad y nuestra generosidad.

ORATIO ¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR?

Señor Dios, gracias por el evangelio de este domingo en el cual tu Hijo Jesucristo nos enseña dos virtudes que son necesarias para entrar en el banquete de los cielos: la humildad y la generosidad. Gracias por tu Hijo Jesucristo que nos dio ejemplo de humildad y de generosidad: humildad al descender del cielo y tomar nuestra condición humana, generosidad al vivir su vida en favor de los demás hasta morir en la cruz por nuestra salvación.

Concédenos, Dios todo poderoso, seguir e imitar a tu Hijo Jesucristo. Que no busquemos ensalzarnos, sino humillarnos; que no busquemos los primeros puestos en este mundo, los puestos del poder y del tener, sino los puestos del servicio, como tu Hijo Jesucristo que no vino a ser servido, sino a servir.

Señor Jesús, por intercesión de la Santísima Virgen, tu dulce y Santa Madre, concédenos el don de la humildad, encontrar la verdad y seguirte por el camino de la generosidad y la santidad que nos lleva al banquete del cielo.

OPERATIO ¿QUÉ NOS PIDE EL SEÑOR?

El Señor nos pide que “ocupemos el último lugar”, es decir que seamos humildes. La humildad es el camino de la verdad, de la unidad y de la santidad, es el camino al cielo. “En ese pondré mis ojos en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras” (Is 66, 2). Así que para subir al cielo no hay que subir escalones, sino descender, como el Hijo del hombre, que siendo de condición divina se anonadó (cfr. Flp 2, 6-7). Si nosotros nos abajamos, el Señor pondrá sus ojos en nosotros y nos levantará.

El Señor nos pide también que seamos generosos, especialmente con los que no nos pueden devolver el favor en esta vida, pero pueden esperarnos en la otra vida para abrirnos la puerta del cielo. Para ello no debemos olvidar todo lo generoso que ha sido Dios con nosotros. No olvidemos que la caridad es una de las bienaventuranzas: “Dichosos los misericordiosos porque alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). ¡Que así sea!

+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla

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