HOMILÍA EN EL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
“Esa
pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos”
Queridos hermanos, en los domingos anteriores vimos
como el Señor Jesús venía enseñando a sus discípulos y aprovechaba cualquier
cosa para dar alguna enseñanza que les ayudara para ser seguirlo. Esto era muy
importante para Jesús porque, después de su partida, sus discípulos van a ser
los continuadores de su obra y deberán tener muy en cuenta sus enseñanzas para
poder vivir y orientar a los discípulos de las nuevas generaciones.
En anteriores ocasiones Jesús aprovechó los errores o
intenciones equivocadas de sus discípulos, por ejemplo cuando se preguntaban
cuál de ellos sería el más importante o cuando Santiago y Juan querían los
primeros puestos en el Reino. Ahora no son los discípulos los que le dan
materia de qué hablar a Jesús, sino los escribas y una viuda pobre. Ahora bien,
con la figura de los escribas Jesús enseña a los discípulos lo que hay que
evitar y con la figura de la viuda pobre lo que hay que asumir como discípulos
suyos.
El evangelio tiene dos partes. En la primera, aparecen
los escribas, los cuales parecen no tener nada que ver con la pobre viuda de la
segunda parte; sin embargo, el hecho de que Jesús los describe con “amplios
ropajes”, recibiendo reverencias, buscando los asientos de honor en las
sinagogas y los primeros puestos en los banquetes, significa que la situación
de ellos es totalmente opuesta a la situación de la viuda, la cual sólo tiene
el calificativo de “pobre”. Además, Jesús dice que: “Se echan sobre los bienes de las viudas, haciendo ostentación de largos
rezos”. Lo anterior explica que los personajes de la segunda parte del
evangelio sean “muchos ricos” (a lo
mejor escribas) y “una viuda pobre”.
Cuando Jesús dice: “Cuidado con los escribas” no enseña a sus discípulos que se cuiden
de ellos sino tengan cuidado de no imitarlos, de no parecerse a ellos. En efecto, si no queremos realmente vivir nuestro ministerio
como una ofrenda a Dios, la advertencia de Jesús contra los escribas, pude ser
una fuerte crítica a nosotros los pastores de hoy, sobre todo si en la
realización de nuestro ministerio caemos en la búsqueda de honores, prestigio o
dinero. No se debe confundir la vocación al servicio, con la búsqueda de
beneficios. Los
discípulos no deben buscar honores, prestigio ni primeros puestos ni las
riquezas como fruto de su servicio, recordemos lo que ya nos había dicho Jesús en
Marcos 10, 44: “El que quiera ser el
primero entre ustedes, que sea el servidor de todos”.
En
el relato: “Jesús estaba sentado frente a
las alcancías del templo mirando cómo la gente echaba ahí sus monedas”.
Pareciera que a Jesús le interesa el valor material de las ofrendas, pero no es
así; la mirada de Jesús va al interior de las personas, a las motivaciones más profundas
del corazón, sobre todo de las más humildes y sencillas como la viuda, la cual
es ejemplo de confianza en Dios, de entrega total de la vida, de
desprendimiento y de abandono confiado en las manos de Dios. En ella se cumple
aquella palabra del Señor: “En ese pondré
mis ojos en el humilde y el abatido que se extrémese ante mis palabras” (Is
66, 2).
El evangelio dice que: “Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y
echó dos moneditas de muy poco valor”, lo cual no podía ser de otra manera,
pues cada quien da en proporción a lo que tiene. Sin embargo, las palabras
finales de Jesús nos llaman muy fuertemente la atención: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que
todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su
pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Jesús pone en contraposición que la pobre viuda echó
en la alcancía “lo que tenía para vivir”
y los ricos “de lo que les sobraba”.
Es decir que Jesús hace una valoración de estos gestos más allá del valor
económico de las ofrendas. Lo más importante de las ofrendas no está en su
valor material, sino en la interioridad e intención del corazón de quienes las
ofrecen. Eso significa que esta mujer al dar todo lo que tenía para vivir se
dio a sí misma, se ofreció a sí misma en las moneditas. Es una mujer que vive
su fe con interioridad, con generosidad de corazón y eso es lo que ve Jesús. En
ese sentido aparece como modelo de fe pues vive con una confianza absoluta en
Dios que le dará lo que necesite para vivir.
Por el contrario los ricos, a pesar de dar en
abundancia, daban de lo que les sobraba; de manera que ni siquiera daban lo que
era proporcional a su riqueza, menos se iban a dar a sí mismos. Su aparente
generosidad, al dar en abundancia, no es más que una mentira, una apariencia de
su falsa piedad. A estas dos acciones corresponden dos actitudes ante Dios.
Jesús nos enseña que la salvación no se compra, no depende de muchas ofrendas a
Dios, sino de la ofrenda de nuestra propia vida, de nuestra confianza en él.
Ante Dios, las cosas sencillas e insignificantes pueden tener mucho valor
porque no se hacen para que la gente las vea, sino como sencillo homenaje de
amor a Dios.
La viuda de Sarepta, igual que la viuda del evangelio,
ofreció al profeta Elías todo lo que tenía para vivir y como dice el salmo “el Señor siempre es fiel a su palabra”,
se cumplió lo que dijo el profeta: “La
tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará”. Lo que
la viuda ofreció a Elías ya no se agotó. En nuestra fe no puede faltar el
reconocimiento que somos del Señor y que todo lo que somos y tenemos procede de
él. Reconocer esto exige devolverle a Dios lo que le pertenece. Para ello
debemos ofrecer a Dios nuestra vida y compartir los bienes que el Señor nos ha
dado. Tanto en una cosa como en la otra hemos de reconocer que le quedamos a
deber a Dios y a nuestros hermanos. A Dios, porque nos cuesta vivir nuestra
vida como ofrenda para él y a nuestros prójimos porque cuando les compartimos
de lo que Dios nos ha dado, les damos de lo que nos sobra. ¡Tenemos que
reconocerlo!
Nuestro
Señor Jesucristo, dice la carta a los Hebreos, se ofreció a Dios una vez y para
siempre para estar en la presencia de Dios intercediendo por nosotros. En realidad
toda su vida fue una ofrenda a Dios al servicio de los demás y esa ofrenda de
su vida la consumó en la cruz y con ella entró en el Santuario de los cielos
para marcarnos el camino hacia la casa del Padre. Como Jesús, nuestra vida debe
ser una continua ofrenda a Dios, la cual encuentra su expresión más acabada en
la Misa en la que no sólo debemos ofrecer a Cristo, sino ofrecernos juntamente
con él. La entrega de nuestra vida debe preceder, acompañar y seguir a la
celebración de la Eucaristía. Que el Señor nos conceda la gracia de crecer
ofreciéndole la vida y compartiendo nuestros bienes con los más necesitados. ¡Que así sea!
+ Mons. José
Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de
Papantla
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