HOMILÍA EN EL DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
Jos 24, 1-2.15-17.18;
Sal 33; Ef 5, 21-32; Jn 6, 55.60-69
“Señor
¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”
Terminamos, con este evangelio, el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida.
Como podemos darnos cuenta, Jesús dice a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”. Palabras
estas que ya las hemos reflexionado el pasado domingo sobre todo teniendo en
cuenta la reacción de los judíos, que primero murmuraban y luego hasta
discutían entre ellos. Sin embargo, ahora la atención se desvía a los
discípulos, los cuales: “Al oír sus
palabras… dijeron: Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir
eso?”.
De manera que no sólo los judíos, sino también algunos discípulos han
rechazado la revelación de Jesús como Pan de Vida y se han escandalizado con
sus palabras. Los discípulos se han dejado contaminar por la murmuración y las
discusiones de los judíos. Ahora bien: “Dándose
cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los
escandaliza? ¿Qué sería si vieran al hijo del hombre subir a dónde estaba
antes?” Estas palabras indican, por un lado, que sin la fe, no se puede
creer en el pan bajado del cielo, es decir en el Hijo de Dios encarnado, pero
tampoco en el resucitado que volverá: “a
dónde estaba antes”.
La encarnación y la resurrección son los momentos más importantes del
paso del Hijo de Dios por nuestra tierra; la presencia de Jesús en la
Eucaristía es como su prolongación en el tiempo de la Iglesia. Teniendo en
cuenta lo anterior podríamos decir que actualmente los creyentes encuentran en
la encarnación, en la resurrección y en la presencia eucarística el centro de
su fe para creer en Dios y madurar en la fe o la piedra de escándalo que les
lleva a murmurar de la fe y les lleva también a la incredulidad. El no aceptar
la encarnación, la resurrección y la presencia de Jesús en la Eucaristía, y en
la Iglesia, lleva a muchos a abandonar la fe. Los judíos no aceptaron la
encarnación y la resurrección, a lo largo de la historia han sido muchos los
que no han aceptado la presencia de Jesús en la Eucaristía.
Después de
esto Jesús explica el motivo por el que los discípulos no creen. Lo hace con
estas palabras: “El espíritu es quién da
vida; la carne para nada aprovecha”. Es el misterio de la aceptación o del
rechazo de Dios, es el misterio de la fe o de la incredulidad. La fe es un don
de Dios y ni siquiera el inicio de la fe lo podemos hacer por nosotros mismos.
Dios ayuda con su gracia para que el hombre llegue a la fe. “El Espíritu es quien da vida”, es lo
mismo que decir: El espíritu es quien da la fe. Por el contrario, cuando Jesús
dice que la carne para nada aprovecha, se trata de aquellos que no creen porque
se encierran en el horizonte estrecho de su conocimiento humano. En este
sentido la carne, por sí sola: “para nada
aprovecha”.
Pero, por
otro lado, también está el caso de aquellos que, a presar de la acción del
Espíritu, se resisten a creer. Que mal estaría que Dios a unos ayudara para que
lleguen a creer y a otros dejara de ayudar para que no lleguen a la fe. Las
cosas no son así. Dios ayuda con su Espíritu para que todos lleguen a la fe,
pero la fe o la respuesta a Dios está condicionada por muchas circunstancias
históricas, culturales o simplemente porque Dios respeta la libertad del
hombre. Jesús lo explica así: “Las
palabras que les he dicho son espíritu y son vida, y a pesar de esto, algunos
de ustedes no creen”. Jesús constata el misterio de la incredulidad, y no
sólo eso, el evangelio dice que: “Jesús
sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar”.
Estas palabras confirman que muchos pueden seguir a Jesús, pero no todos los
que dicen seguir a Jesús creen en él. Esto pasó con los discípulos de Jesús de
la primera hora y esto pasa con nosotros los discípulos de hoy. Tenemos que
definirnos ante Jesús. Realmente creemos en él o lo seguimos por otros
intereses.
Nuevamente
Jesús explica este misterio acudiendo a la atracción del Padre: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a
mí, si el Padre no se lo concede”. Esta dificultad tuvo como desenlace que: “Muchos de sus discípulos se
echaron para atrás y ya no querían andar con él”. Se anuncia aquí el
escándalo de la cruz que llevó a algunos discípulos a abandonar a Jesús durante
su pasión, así como de aquellos discípulos que se apartaron de la Iglesia, y
que dice san Juan: “Salieron de entre nosotros;
pero no eran de los nuestros” (1 Jn 2, 19). ¿Cuantos a lo largo de la
Iglesia, por una u otra razón, la han abandonado? Siempre hay esa posibilidad,
no sólo de abandonar la Iglesia, sino de abandonar a Dios.
Ante la dificultad para creer en sus palabras, al final de este
evangelio Jesús se dirige a los Doce, es decir a ese grupo más cercano a él,
con una pregunta que espera una definición: “¿También ustedes quieren dejarme?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de vida eterna”. Estas palabras de Pedro son una profesión de fe, como la
que dijo en Cesarea de Filipo: “Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Recordemos que en aquella
ocasión Jesús le dijo: “Esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17) y aquí Jesús dice: “El espíritu es quien da vida; la carne para
nada aprovecha”. Así que Pedro ha sido asistido por el Espíritu Santo para
hacer esta profesión.
Lo que juzgaban inadmisible los judíos e intolerable algunos
discípulos, Pedro, ayudado por el Espíritu y a nombre de los Doce, lo confiesa:
“Nosotros creemos y sabemos que tú eres
el Santo de Dios”. Esta es la profesión de fe que hacemos como Iglesia para
que se cumpla, en nosotros, lo que dijo Jesús: “Las palabras que les he dicho son espíritu y vida”.
En la lectura del Libro de Josué, el pueblo que caminaba hacia la
tierra prometida ha llegado a un punto en el que tienen que definirse ante Dios
y confesar su fe. Dice Josué: “Si no les
agrada servir al Señor digan aquí y ahora a quien quieren servir”.
Pareciera, en este caso, que el pueblo, todo en su conjunto, se decidió por
servir al Señor y dijeron: “Lejos de
nosotros abandonar al Señor para servir a otros diócesis”. Esta pregunta es
muy actual para todos nosotros. Son muchos los que tienen dudas de su fe, e
incluso dudas de la Iglesia, pero esta pregunta tiene que resonar en la Iglesia
para cada uno de sus miembros: ¿digan aquí y ahora a quien quieren servir? También
desde la Iglesia Jesús nos cuestiona de la siguiente manera: “¿También ustedes quieren dejarme?”. ¿También
ustedes quieren dejar la Iglesia, también ustedes quieren dejar la Eucaristía? La
respuesta del pueblo antiguo “lejos de
nosotros abonar al Señor” tiene su versión propia en boca de Pedro, el
príncipe de los apóstoles: “Señor, ¿a
quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Hermanos, definámonos
ante el Señor y démosle una respuesta. ¡Que así sea!
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla




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