Fiesta de la Asunción: Papa Francisco explica dos grandes lecciones de la Virgen María
VATICANO,
(ACI)
[16/08/15]
Al presidir este mediodía el rezo del Ángelus en ocasión de la
fiesta de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al Cielo, el
Papa Francisco explicó dos importantes lecciones de la Madre de Dios para todo
cristiano.
El Pontífice recordó que en
el Evangelio de hoy aparece el canto del Magnificat, en el que María, tras el
encuentro con su prima Isabel que también está embarazada, alaba a Dios por las
grandes cosas que ha obrado en ella.
Primera lección: La fe
El Santo Padre explicó que
este pasaje evangélico resalta “el motivo más verdadero de la grandeza de María
y de su santidad: el motivo es la fe. De hecho Isabel la saluda con estas
palabras: ‘Feliz tú por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de
parte del Señor’”.
El Papa señaló que “la fe es
el corazón de toda la historia de María; ella es la creyente, la gran creyente;
ella sabe –y así lo dice– que en la historia pesa la violencia de los
prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios”.
Sin embargo, prosigue,
“María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres,
sino que los socorre con misericordia, con premura, derribando a los poderosos
de sus tronos, dispersando a los orgullosos en las tramas de sus corazones. Y
ésta es la fe de nuestra Madre, ¡esta es la fe de María!”
Segunda lección: La vida
no es un deambular sin rumbo
El Papa Francisco dijo luego
que las grandes cosas obradas por Dios en María no tienen que ver solo con ella
sino que también “nos tocan profundamente, nos hablan de nuestro viaje por la
vida, nos recuerdan la meta que nos espera: la casa del Padre”.
“Nuestra vida, vista a la
luz de María asunta al Cielo, no es un deambular sin rumbo, sino una
peregrinación que, aún con todas sus incertidumbres y sufrimientos, tiene
una meta segura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor”.
Dios, explica el Pontífice,
ha dejado en la tierra “un signo de consuelo y de segura esperanza” que tiene
un rostro y un nombre concreto: “aquel signo tiene un rostro, aquel signo tiene
un nombre: el rostro radiante de la Madre del Señor, el nombre bendito de
María, la llena de gracia, bendita porque ella creyó en la palabra del Señor.
¡La gran creyente!”
“Como miembros de la Iglesia, estamos
destinados a compartir la gloria de nuestra Madre, porque, gracias a Dios, también
nosotros creemos en el sacrificio de Cristo en la cruz y, mediante el
Bautismo, somos insertados en este misterio de salvación”.
Al finalizar su reflexión y
parafraseando la oración de la Salve, Francisco pidió a todos rezar para que
“mientras prosigue nuestro camino sobre esta tierra, ella vuelva sobre nosotros
sus ojos misericordiosos, nos despeje el camino, nos indique la meta, y nos
muestre después de este exilio a Jesús, fruto bendito de su vientre. Y decimos
juntos: ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!”
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