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Hospital de lujo, farmacia vacía: la otra cara del IMSS-Bienestar en Tlapa

Guerrero,
a 23 de mayo del 2025.- Enclavado en el corazón de la región más marginada de Guerrero, el nuevo hospital del IMSS-Bienestar en Tlapa de Comonfort se alza con una arquitectura de tres niveles, acabados modernos y pasillos relucientes que poco tienen que envidiar a cualquier centro médico privado. Sin embargo, detrás de esta apariencia de primer mundo, la realidad golpea con dureza a quienes llegan buscando alivio: no hay medicinas.

Sí, el hospital existe. Fue construido con recursos provenientes de la venta del avión presidencial —una de las banderas más simbólicas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador— con la promesa de llevar salud especializada a la región de La Montaña, una de las más pobres y olvidadas del país. Pero hoy, lo que se entrega a los pacientes son solo recetas vacías.

“Aquí nos dan la receta, pero tenemos que salir a buscar las medicinas por fuera. A veces no hay dinero ni para el camión, mucho menos para comprar medicamentos en farmacias privadas”, relata don Abel, campesino de una comunidad vecina, mientras espera bajo el sol en la entrada del hospital.

El moderno nosocomio se levanta sobre los terrenos que alguna vez ocupó el 93 Batallón de Infantería, en la ampliación del ejido San Francisco. Su construcción fue posible gracias a los recursos obtenidos por la venta del polémico avión presidencial adquirido en el sexenio de Felipe Calderón y utilizado por Enrique Peña Nieto.

Cuando AMLO asumió el poder en 2018, renunció a usar esa aeronave en nombre de la austeridad republicana, y tras varios intentos de venta, finalmente se concretó su traspaso en el último tramo de su mandato. La mitad del monto fue destinada a este hospital, que prometía atención médica de calidad para una región históricamente abandonada.

En las áreas de consulta, médicos cubanos atienden con cortesía y vocación, pero el verdadero problema está en los almacenes: los estantes de la farmacia lucen vacíos, y los pacientes deben costear por su cuenta tratamientos que, por derecho, deberían ser gratuitos.

“De nada sirve que esté bonito si no hay medicinas. La gente aquí no tiene para comprarlas, y muchos prefieren no venir para no irse con las manos vacías”, denuncia una enfermera que pidió no revelar su nombre por temor a represalias.

Durante la construcción del hospital, la obra generó cientos de empleos temporales y cierta efervescencia económica en Tlapa. Pero también trajo incomodidades: los trabajos de cableado provocaron apagones en colonias populares durante varios días. Las molestias se asumieron como un costo necesario para lograr el “hospital prometido”.

Ahora, sin embargo, la comunidad se pregunta si el sacrificio valió la pena. La infraestructura está lista, pero el sistema que debe operarla parece roto desde el principio.

A pesar de las carencias, el gobierno federal continúa mostrando el hospital como un ejemplo de justicia social y reivindicación histórica. No obstante, los testimonios de quienes acuden a diario contradicen ese discurso.

“Es una promesa que se quedó a medias. Nos dieron paredes, pero no salud”, concluye con tristeza una madre de familia que salió sin medicamentos para su hija.

El hospital de Tlapa se construyó con los ideales de un país más justo. Hoy, su existencia es un espejo de la brecha entre discurso y realidad.

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