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“Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO“LECTIO DIVINA”
LECTIO ¿QUÉ DICE EL SEÑOR?
Texto: Mt 22, 15-21:
En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosas, en algo de que pudieran acusarlo.
Le enviaron, pues, a algunos de sus secuaces, junto con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran: “Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César?”
Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones, les contestó: “Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme? Enséñame la moneda del tributo”. Ellos le presentaron una moneda. Jesús les preguntó: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César”. Y Jesús concluyó: “Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

Notas para entender mejor lo que dice el texto:
1. En el Evangelio de hoy le hacen una pregunta a Jesús: ¿Es lícito pagara el impuesto?
2. Si Jesús decía que sí se identificaría con los saduceos que querían conservar sus privilegios y aparecería como colaboracionista del imperio.
3. Si decía que no se identificaría con los grupos rebeldes y quedaría como sedicioso o subversivo contra el imperio.
4. Jesús da una sola respuesta: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
5. ¿Qué es lo de César? La imagen del César que estaba en la moneda.
6. ¿Qué es lo de Dios? La imagen de Dios que hay en nosotros.
7. De modo que lo principal es el señorío de Dios. Hay que cumplir con nuestros deberes ciudadanos, pero no permitiendo que la imagen de Dios sea pisoteada.

MEDITATIO ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR?

El Evangelio contiene una controversia con los grupos religiosos más poderosos del pueblo de Israel que pretendían desacreditarlo y así tener motivos para llevarlo a la muerte. Jesús, con su llegada a Jerusalén y la expulsión de los vendedores del templo, había cuestionado no sólo las autoridades religiosas de entonces, sino la existencia del templo mismo. Esto había calado profundamente en quienes detentaban el poder religioso y se empezaron a confabular para acabar con Jesús. En este sentido, el evangelio de hoy comienza diciendo que: “En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosas, en algo que pudieran acusarlo”.

En tiempo de Cristo el imperio romano tenía dominio sobre el pueblo de Dios, el cual tenía que pagarle impuestos, lo cual era signo de servidumbre sobre todo porque detrás del impuesto estaba la divinización del emperador y por tanto la cuestión del señorío de Dios o el señorío del Cesar. Una pregunta podría ser ¿quién es el Señor? Esta situación era radicalmente rechazada por los grupos zelotas rebeldes de Israel; pero aceptada por los grupos saduceos y los herodianos con tal de mantener sus privilegios. En este contexto los fariseos: “Le enviaron a unos de sus secuaces, junto con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran: Maestro… Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César?”. El dilema planteado dejaría en mal a Jesús. Si decía que sí, quedaría identificado con los saduceos que legitimaban el pago de los impuestos y aparecería como colaboracionista del imperio y, por lo tanto, en contra de las clases oprimidas; si decía que no, quedaría identificado con los zelotas rebeldes y esto le traería problemas con el imperio como si fuese un subversivo o sedicioso.

La respuesta de Jesús fue: “Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Con esta respuesta, Jesús no avala la separación entre lo religioso y lo político, en el sentido de que al Estado le toque lo material y a Dios lo que es espiritual, sino que en el mundo se debe reconocer la supremacía y la soberanía de Dios. Cuando Jesús dice que hay que dar al Cesar lo que es del Cesar es porque vio la imagen de él en la moneda. De manera que cuando dice que hay que darle a Dios lo que es de Dios también se trata de la imagen de Dios impresa en cada ser humano, la cual es de Dios y pertenece a Dios, por tanto, darle a Dios lo que es de Dios es darse a sí mismo, ofrecerse a Dios, vivir para Dios, vivir con dignidad como hijo de Dios en este mundo.

El evangelio no promueve un reparto de poderes que nos lleve a reconocer a dos señores. Sin embargo, el hombre creyente, aunque sólo reconoce a Dios, como su Señor, no se desentiende de sus deberes temporales. En este sentido, el Concilio Vaticano II en la Constitución Apostólica Gaudium et Spes nos ha dejado muy claro que el reconocimiento de Dios no anula la autonomía de las realidades temporales, sino que les da consistencia, puesto que las realidades profanas y las realidades de la fe tienen su origen en el mismo Dios (cfr. GS No. 36). Enseña además que la importancia de los deberes terrenos no disminuye por la esperanza del más allá, sino que más bien se robustece con nuevos motivos (cfr. GS No. 21), así que hay que cumplir nuestros deberes ciudadanos y nuestros deberes cristianos.

No debe haber oposición entre los designios de Dios y los fines del Estado. Hay que cumplir con nuestros deberes ciudadanos, pero no permitiendo que la imagen de Dios sea pisoteada. Dios quiere que el hombre viva, el Estado no puede buscar lo contrario. Dios quiere que haya justicia en el mundo, el Estado tiene como razón el establecimiento del orden, la justicia y la paz. Dios quiere un mundo mejor, eso es lo que los servidores públicos dicen que quieren lograr. Aunque los políticos no sean creyentes, si gobiernan con honestidad, siguiendo las propias leyes del Estado, no pueden ir contra la dignidad del ser humano ni contra los derechos de Dios. El problema es cuando se pierde el horizonte ético y, por hacer dinero, se pisotea la dignidad del ser humano y se atenta también contra Dios.

En México hemos tenido históricamente divididos los deberes que se refieren al Estado y los deberes que se refieren a Dios. Durante muchos años no hubo reconocimiento legal de la Iglesia. Esto provocó una división psicológica y espiritual. Separamos nuestros deberes civiles y religiosos como si no pudiera darse una integración de ellos. Ciertamente una cosa es el poder político temporal y otra el Reino de Dios, pero no debe haber oposición entre lo político y lo religioso, sino complementariedad y jerarquía salvando la primacía de Dios. Por otro lado, la religión no debe reducirse al ámbito privado, sino que debe proyectarse en el mundo iluminándolo con valores evangélicos. De ahí que, el que busca primero el reino de Dios y su justicia (cfr. Mt 6, 33) trata de que éste se establezca en las estructuras temporales. El Señor Jesús dijo que el Reino de Dios no es de este mundo, lo cual significa que no es un poder temporal o político, pero sí comienza en este mundo: “Si yo expulso a los demonios por el espíritu de Dios es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios” (Mt 12, 28). El reino de Dios es de orden espiritual, pero a través de aquellos que lo aceptan se hace presente en las estructuras del mundo respetando la autonomía de las realidades temporales, pero transformándolas con los valores evangélicos.

ORATIO ¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR?

Señor Dios todo poderoso, tú eres el Señor del cielo y de la tierra, te bendecimos y te damos gracias porque en tu designio de amor has querido que nosotros viniéramos al mundo para vivir con dignidad, conocerte, servirte en la construcción de un mundo mejor y mediante esto, en cierto modo, ganarnos la vida eterna.

Como ciudadanos de este mundo y con la promesa de la vida eterna tú quieres que busquemos tu reino y su justicia, pero sin enajenarnos de la construcción de un mundo cada vez mejor en el que haya progreso, justicia, paz y fraternidad entre todos.

Señor concédenos la gracia de no separar radicalmente nuestros deberes ciudadanos y religiosos, sino integrarlos y complementarlos en la medida en que se respete nuestra dignidad humana y tu soberanía la cual no está en contra de la autonomía de las realidades temporales, sino a su favor en orden al bien común, la justicia y la paz.

OPERATIO ¿QUÉ NOS PIDE EL SEÑOR?

El Señor nos pide cumplir con nuestros deberes ciudadanos y con nuestros deberes cristianos. No debemos oponer los deberes hacia Dios y los fines del Estado, salvo que el Estado quiera pisotear la dignidad humana y los derechos de Dios.

El Señor nos pide buscar su reino y su justicia, pero sin olvidarnos de nuestros deberes ciudadanos. No debe haber oposición entre la construcción del mundo y la esperanza de la vida eterna, sino complementariedad y jerarquía poniendo en primer lugar a Dios.

Dado que el reino de Dios comienza en este mundo como una semilla que germina, crece, se desarrolla y da frutos, Dios nos pide que nuestra fe no se reduzca al ámbito privado, sino que se proyecte en el mundo iluminándolo con los valores evangélicos para que su reino se establezca en las estructuras temporales haciéndolas más justas.

Al César hay que darle la imagen del César, a Dios hay que darle la imagen de Dios. La vida la hemos recibido de Dios. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Hay que darle a Dios lo que le pertenece, es decir nuestra propia vida.

+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla 

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