Últimas Noticias

domingo, 7 de junio de 2020

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO
“LECTIO DIVINA”
LECTIO ¿QUÉ DICE EL SEÑOR?
Texto: Jn 3, 16-18:
“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”.
Notas para entender mejor lo que dice el texto:
1. “Tanto amó Dios al mundo”. “Dios es amor” (1 Jn 4, 8).
2. “Le entregó a su Hijo único”. El amor es entrega: “El que no perdonó ó a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros” (Rm 8, 32).
3. “El que crea en él”. La fe no es sólo aceptar lo que alguien revela, sino al que revela.
4. “Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo”. Como Dios es amor, no condena. La fe es salvación, la incredulidad es condenación si se vive como negación al amor.
MEDITATIO ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR?
Cada vez que hacemos la Misa celebramos a la Santísima Trinidad, es decir a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; sin embargo, la Iglesia ha querido que haya un día más especial. Por esto, cada año, el domingo siguiente a la Fiesta de Pentecostés se celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Esta Fiesta cierra con broche de oro la celebración de los misterios de nuestra salvación y con ella nos adentramos a vivir el tiempo ordinario, el cual, vivido en la presencia de Dios, no tiene nada de ordinario, porque la gracia de Dios es extraordinaria y Dios está interviniendo en cada momento de nuestra historia y de nuestra vida.
El mensaje de la Escritura tiene como centro que Dios es amor, lo cual se ha expresado en distintas fórmulas. El libro de éxodo revela que Dios es: “compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel” (Ex 34, 6). En Navidad, recordando un pasaje del profeta Isaías, decimos Emmanuel, Dios con nosotros (cfr. Mt 1, 23). San Juan dice que: “Dios es amor” (1 Jn 4, 8), san Pablo, en la carta a los Romanos, dice que: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5, 8).
El evangelio de hoy dice que: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”. Es decir: tanto amó el Padre a la humanidad que su Hijo se hizo hombre para morir crucificado por nosotros. El evangelio de hoy es el centro del discurso de Jesús a Nicodemo. Antes le dijo que había que nacer del agua y del Espíritu (cfr. Jn 3, 5), luego le dijo que: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre” (Jn 3, 14), enseguida viene el evangelio de hoy en el que Dios manifiesta su amor por todo el mundo y por toda la humanidad.
Sabemos, por la Sagrada Escritura, que el Hijo, para llegar al mundo, fue concebido por obra del Espíritu Santo, en el vientre de la Santísima Virgen María (cfr. Lc 1, 26-38), y vivió toda su vida revelándonos el amor del Padre, y revelándose a sí mismo, como Hijo del Padre y, finalmente, reveló y prometió el Espíritu Santo. Esta es la revelación por excelencia: que Dios es uno en tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Este es el misterio de la Santísima Trinidad. Al revelar Jesús el misterio de la Santísima Trinidad reveló su propio misterio y, también, el misterio del hombre en relación con Dios: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS No. 22).
Hay que aclarar que cuando en la Biblia se habla de misterio no se trata de algo para asustarse o de algo de lo que nada se puede saber. Todo lo contrario, misterio en la Biblia es un secreto antes oculto, pero luego revelado por las Escrituras. San Pablo dice que: “La predicación de Jesucristo es revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen” (Rm 16, 25-26). Así pues, esta revelación ha llegado a su plenitud especialmente por nuestro Señor Jesucristo, él es el gran revelador de este misterio. Así que el misterio de la Santísima Trinidad no es un misterio para temer, sino un misterio para creer: es un misterio de fe, de vida y de amor. Si queremos entender mejor esto es necesario crecer en la fe y en el amor a Dios y a nuestro prójimo. Entre más fe y amor a Dios, más revelación de Dios a nosotros acerca de su propio misterio. Entre más entrega de nosotros a Dios y más amor al prójimo, más entrega de Dios a nosotros.
Tanto ama Dios al mundo que el evangelio de hoy dice también que: “Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Claro, para ello es necesaria la fe. El crucificado es entregado al mundo, es decir a todos, pero no todos han aceptado este regalo, sino que se lo recibe “el que cree”. Dios no mandó a su Hijo para condenar, sino para salvar, pero pareciera que sin la fe no lo puede salvar. Por eso dice: “El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”. Así pues, todo parece indicar que la fe es vida y salvación; la incredulidad es condenación porque es negarse al amor, es negarse a vivir en la comunión con Dios y, por ende, negarse a la comunión con los demás.
El evangelio de hoy dice, con otras palabras, lo que dice san Juan en su primera carta: que Dios es amor (cfr. 1 Jn 4, 8). Por esto, decía el filósofo, teólogo y místico Ricardo de San Víctor que, si Dios es amor se exige en Dios unidad, (es un solo Dios) y pluralidad (en tres personas). Si Dios no fuera “uno” no sería Dios, pero si Dios no fuera “trino” tampoco sería amor. Ahora bien, porque Dios es amor se exige en él riqueza de ser y acto de dar y acto recibir: el Padre se da amorosamente al Hijo y el Hijo se entrega también amorosamente al Padre y ese amor de los dos hace una tercera persona: el Espíritu Santo. También en Dios se exige plenitud en sí mismo, y emanación fuera de sí mismo. Por esto, por su emanación fuera de sí mismo, creó todas las cosas, por eso es nuestro creador, por eso somos fruto de su amor.
Hay que decir que como católicos vivimos, cada momento en la fe, inmersos en el misterio de la Santísima Trinidad, en el misterio de ese Dios Uno y Trino que es amor: somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, al levantarnos o acostarnos nos santiguamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; lo mismo a la hora de empezar un trabajo, a la hora de bendecir los alimentos o hacer oración. La Misa la empezamos y terminamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y en ella, cuando profesamos la fe decimos que creemos en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo; el sacrificio de Cristo que se hace presente en el pan y el vino consagrado lo ofrecemos al Padre en el Espíritu Santo. Así que la vida cristiana está marcada por el misterio de la Santísima Trinidad. Por todo esto debemos estar siempre alegres y vivir el misterio de la Trinidad en nuestra vida concreta de cada día, en unidad espiritual interior y en unidad exterior con nuestros hermanos. Si Dios es comunidad de personas, de Dios brota toda fraternidad, por esto debemos buscar siempre la unidad con nuestros hermanos.
El misterio de la Santísima Trinidad es un misterio que no alcanzamos a comprender del todo. San Agustín decía: “Si lo comprendes no es Dios”, se trata de un misterio que hay que creer y vivir en la fe y en el amor a nuestros hermanos. Por esto, si creemos en Dios Uno y Trino, es decir en Dios Unidad y Trinidad, debemos vivir en unidad unos con otros.
ORATIO ¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR?
Te damos gracias, oh Dios, porque no sólo eres amor en ti mismo, sino que amas la obra de tus manos, especialmente nos amas a nosotros a tal punto que enviaste a tu Hijo que se hiciera hombre para revelarnos el misterio de tu amor y él lo hizo no sólo con sus enseñanzas, sino sobre todo con la entrega de su vida en la cruz por nosotros.
Te bendecimos Señor porque no enviaste a tu Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo. Tú eres un Dios que no condena a nadie, sino que más bien te le revelas y le ofreces la vida eterna a los que creen y esperan en ti. Gracias Señor por el don de la fe que le da un sentido nuevo a nuestra vida y un horizonte de esperanza y de vida eterna que no tendrá fin.
Señor Dios, concédenos la gracia de que vivas en nuestro corazón y de que, en nuestra vida cotidiana, vivamos inmersos en el misterio de amor y unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, especialmente para que las relaciones con nuestros prójimos sean más fraternas.
OPERATIO ¿QUÉ NOS PIDE EL SEÑOR?
El Señor nos pide que creamos en él, que aceptemos la revelación que nos hace, por medio de su Hijo Jesucristo, más aún, nos pide que aceptemos la entrega de su propio Hijo por nosotros, es decir que aceptemos el regalo de su Hijo y nos hagamos ofrenda y regalo para él por medio de su Hijo Jesucristo y bajo la acción del Espíritu Santo.
El Señor nos pide que creamos en su misterio de amor y de unidad que hay en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y que nos dejemos amar y que viviendo en su amor nos relacionemos con todo ser humano y con mayor razón con quienes comparten nuestra misma fe.
El Señor quiere nuestra salvación, quiere darnos vida eterna, sólo que para ello nos pide creer, aceptar y esperar la realización de sus promesas, lo cual exige vivir, en nuestra vida cotidiana, conforme a lo que creemos y esperamos. ¡Que el Señor nos conceda esta gracia! ¡Así sea!
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla

No hay comentarios:

Publicar un comentario