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domingo, 10 de noviembre de 2019

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”



LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO
“LECTIO DIVINA”
LECTIO ¿QUÉ DICE EL SEÑOR?
Texto: Lc 20, 27-38
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”.
Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.
Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.

Notas para entender mejor lo que dice el texto:
1. En los tiempos más remotos se consideraban como bendiciones de Dios: una larga vida, los bienes materiales y una gran descendencia. La descendencia era la manera de perpetuarse después de la vida. Por eso, si alguien moría sin dejar hijos existía la ley del levirato (cfr. Dt 25, 5-6) es decir la ley del cuñado de la viuda para darle descendencia al difunto hermano.
2. La fe en la resurrección comenzó por el año 167 antes de Cristo en tiempos de los Macabeos (2 Mac 7).
3. La resurrección fue una de las principales enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo. Por ella podemos perpetuarnos y trascender nosotros mismos sin dejar hijos.
4. Jesús no responde a la pregunta de los saduceos, sino que fue más allá indicando que en la vida futura las relaciones familiares, aunque no se pierdan son superadas por la nueva condición de la existencia celestial.
5. Los saduceos no creían en la resurrección de los muertos y sólo aceptaban como palabra de Dios los primeros cinco libros de la Biblia (la torá), por eso Jesús contesta con un texto del libro del éxodo que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.

MEDITATIO ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR?

Los saduceos del evangelio le presentan a Jesús un caso irreal, en el que, según la ley de Moisés, conocida como ley del levirato (cfr. Dt 25, 5-6), cuando una persona moría sin dejar descendencia, el hermano mayor, o el que le seguía, debía darle descendencia, teniendo relaciones con la viuda hasta que naciera un hijo varón. La importancia de esto era para que nadie muriera sin dejar descendencia o de perpetuarse a lo largo de la historia. En aquellos antiguos tiempos no había todavía la esperanza de la resurrección, pero sí el anhelo de trascender más allá de la muerte y esto se veía posible a través de los hijos.

En el caso que le plantean a Jesús se trata de siete hermanos que cumplieron con esta misión de tratar de darle descendencia a su hermano difunto, pero: “Todos murieron sin dejar sucesión”. Como los saduceos no creían en la resurrección, preguntan: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”. La respuesta de Jesús, como siempre, es profunda: “En la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella… serán como los ángeles e hijos de Dios”. Es decir, la resurrección no es volver a esta vida, no se trata de una reanimación o continuación de esta vida o a algo parecido; se trata de una vida tan nueva, tan plena que las relaciones familiares, sin que sean eliminadas, son totalmente superadas. Ciertamente habrá algo de continuidad, pero más de novedad. Es algo tan nuevo que ni siquiera lo podemos imaginar. San Pablo dijo que ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios ha preparado para los que le aman (cfr. 1 Co 2, 9).

Jesús también quiso responder con pruebas bíblicas y, de hecho, en el segundo libro de los Macabeos y en el libro de la Sabiduría ya se hablaba de la resurrección; pero teniendo en cuenta que los saduceos no aceptaban más libros inspirados que los cinco primeros de la Biblia, Jesús responde con una cita del libro del Éxodo indicando que ya Moisés había hablado de la resurrección cuando llama al Señor: “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” (Ex 3, 6). Cuando Moisés dice estas palabras al Señor, los patriarcas ya habían muerto; pero Dios sigue siendo su Dios y Él, como dice Jesús: “No es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”. ¡Así que los patriarcas están vivos!

La resurrección, en el Antiguo Israel, era impensable. En los primeros tiempos de la historia, tener la bendición de Dios equivalía a tener larga vida, muchos bienes y mucha descendencia. Sin embargo, la revelación fue avanzando y ya en el segundo libro de los Macabeos se habla de la resurrección (cfr. 2 Mac 7, 14). Pero sobre todo en el Nuevo Testamento, Cristo es el gran revelador por excelencia cuando dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 54-55) y en otro pasaje le dijo a Marta: “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” (Jn 11, 25-26).

Así pues, nuestro Dios es un Dios de vida. Dios es el creador de todas las cosas, el dador de la vida y de todo cuanto existe. No hay ninguna dimensión que escape a su poder. El libro del Génesis nos dice que con su palabra todas las cosas llegaron a la existencia. Su palabra no sólo comunica su designio de salvación, sino que es creadora y realizadora. Cuando Dios dice, se hace lo que dice. Dijo Dios “haya luz” y “hubo luz” (Gn 1, 3). Esa palabra creadora resucitó a Jesucristo de entre los muertos y esa palabra creadora nos resucitará de la muerte, si creemos y vivimos, ya desde ahora, conforme a la vida que creemos y esperamos.

En una anécdota que se llama “La entrevista con Dios” se le pregunta: ¿Qué es lo que más te divierte de los hombres? Y, entre las varias respuestas, dice: “Que vivan como si fueran a morir y mueran como si no hubieran vivido”. Estamos llamados a vivir para siempre, pero hay que comenzar desde ahora unidos a Dios en Cristo Jesús. En este sentido hay unas palabras que están escritas en un retablo que habla sobre la eternidad en la catedral de Morelia Michoacán y que ilustran muy bien lo que estamos diciendo: “Acostúmbrate a morir, antes que la muerte llegue, porque muerto sólo vive el que estando vivo muere”.

Por el bautismo ya somos hijos de Dios, por la confirmación se nos da el Espíritu Santo, en la Eucaristía se nos da el mismo Hijo de Dios como alimento de vida eterna. Así que debemos vivir como quien camina hacia la vida eterna, no como quien camina hacia la muerte. Es verdad que, biológicamente, vamos a morir y, de hecho, en la medida que estamos viviendo estamos muriendo también, pero quien vive unido espiritualmente a Cristo en esta vida, seguirá unido a él en la otra. Decía san Cipriano que, así como Cristo es el Reino porque en el reinamos, así él es la resurrección porque en él resucitamos. Que el Señor nos conceda vivir desde ahora esta gracia.

ORATIO ¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR?

Señor Dios, tú no eres un Dios de muertos, sino de vivos pues para ti nuestros seres queridos, que ya ha salido de este mundo, viven en ti y esperamos un día, unidos a ellos, gozar de tu reino en la compañía de los santos.

Señor Jesús unidos a ti somos, por gracia, lo que tú eres por naturaleza, Hijo de Dios. Por eso, porque somos hijos de Dios, unidos a ti podremos resucitar, es decir vivir una vida nueva en la casa de tu Padre y nuestro Padre.

Señor Jesús creemos en la resurrección en la que las relaciones familiares de esta vida no serán anuladas, pero sí muy superadas con la compañía de María y José y de todos los santos, pero sobre todo en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu santo por los siglos de los siglos.

OPERATIO ¿QUÉ NOS PIDE EL SEÑOR?

Los saduceos de aquel tiempo no creían en la resurrección. Hoy, aunque no pertenezcan a ese grupo, hay muchos saduceos que dicen creer en la otra vida, pero viven como si no la esperaran tratando de conquistar solamente este mundo. El Señor nos pide que creamos en él, que está vivo y camina con nosotros durante nuestra vida. Quiere que confiemos en su palabra y que esperemos el cumplimiento de la promesa de la resurrección.

El Señor no nos ha prometido volver a esta vida. La resurrección no es una reanimación, sino el nacimiento a una vida gloriosa donde seremos como ángeles e hijos de Dios. El Señor Jesús nos pide que creamos en el Dios vivo y en el Dios de la vida. Es decir, en el Dios que nos ha dado la vida, nos ama y quiere que desde ahora vivamos como resucitados es decir en favor de la vida.

El Señor resucitado se hace presente en la celebración de la Eucarística y quiere darnos su vida. El dijo: “El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6, 54). ¡Que así sea!

+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla

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