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domingo, 8 de septiembre de 2019

“Si alguno quiere seguirme…”

LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO
“LECTIO DIVINA”
LECTIO ¿QUÉ DICE EL SEÑOR?
Texto: Lc 14, 25-33
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: “Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar”.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.

Notas para entender mejor lo que dice el texto:
1. La idea central del evangelio es seguir a Jesús o ser su discípulo.
2. En el primer párrafo los verbos principales son seguir, preferir y cargar. El que quiera SEGUIR a Jesús debe PREFERIRLO por encima de familiares y CARGAR su cruz.
3. El segundo párrafo es una imagen con la que se nos dice que hay que calcular el costo de seguir a Jesús.
4. El tercer párrafo nos enseña que para seguir a Jesús hay que luchar contra adversidades o adversarios.
5. La parte final del evangelio nos habla de renunciar a los bienes materiales.

MEDITATIO ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR?

En este evangelio Cristo dice que, si queremos ser sus discípulos, hay que preferirlo a él por encima de la familia y de los bienes materiales. En definitiva, que el que no cargue su cruz no puede ser su discípulo. Ser discípulo es algo tan importante, profundo y comprometedor que no se puede tomar una decisión a la ligera, hay que pensarlo muy bien para no emprender el camino y echarse luego para atrás. Seguir a Jesucristo es buscar y luchar porque el Reino de Dios se haga más presente en el mundo. Para ellos hay que cargar la cruz de las incomprensiones, del rechazo, de los conflictos o de las persecuciones. Seguir a Jesucristo no es buscar las dificultades, el sufrimiento o el dolor; pero, a veces, por seguir a Jesucristo esto no se puede evitar. Por seguir a Jesucristo muchas veces tenemos que decir como él: “Aparta de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42).

Cuando Cristo dice: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre… no puede ser mi discípulo”, no es que Cristo esté contradiciendo el mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre”; él habla de preferir, no de excluir. Es decir que Cristo reclama el primer lugar en nuestro corazón, por encima de nuestra familia; pero no contra nuestra familia. El primer amor, en los primeros años de nuestra vida, son nuestros padres; pero luego nacen y se hacen otros amores: el amor a un chico o a una chica para fundar una familia, el amor a sí mismo y a un proyecto de vida, el amor al bienestar y a los bienes materiales. Por encima de todos estos amores, Cristo quiere ser el primero.

Después de decir que hay que preferirlo a él, Jesús dice: “El que no cargue su cruz y me siga no puede ser mi discípulo”. No carga la cruz el que no asume el dolor. En cambio, carga la cruz, el que, por seguir a Jesús, lo acepta unido a Jesús. Varios santos no sólo aceptaban el dolor unidos a Jesús, sino que incluso lo deseaban, como santa Rosa de Lima que oraba así: “Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor”. San Ignacio de Antioquia ante la inminente muerte en el circo romano decía: “Ahora voy a ser verdadero discípulo de Cristo”. En realidad, no es que desearán el dolor, sino que deseaban mucho amor de Dios, incluso con la consecuencia de que aumentara el dolor. En definitiva, podríamos decir que no hay seguimiento de Cristo sin cruz, sin dolor y sin amor de Dios. Lo que sí puede haber, cuando no aceptamos a Dios en nuestra vida, es dolor sin amor de Dios. Esto sucede cuando no estamos unidos a Jesús y no abrazamos la cruz.

En definitiva, no se puede seguir a Jesús y no se puede cargar la cruz si no nos ayuda la gracia de Dios, se necesita haber tenido un encuentro con Cristo, haber sido tocado por Dios, se necesita la gracia de la conversión. El Papa Benedicto lo ha dicho muy acertadamente: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas Est, No. 1). Si así son las cosas, hay que buscar ese encuentro que cambie nuestra vida. Cuando esto suceda será como tener una luz nueva que nos permitirá ver todo de otra manera a la luz de la fe.

Precisamente cuando se tiene un encuentro con Cristo, la persona se da cuenta que ser discípulo suyo es como construir una torre y, por lo tanto, hay que calcular el costo humano para terminarla, pero sobre todo hay que tener en cuenta la gracia de Dios para poder hacerlo. Seguir a Cristo es también una lucha, de ahí que hay que considerar si podemos salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra nosotros con veinte mil. Es decir, se trata de pensar en todas las batallas que deberemos enfrentar y en todos los enemigos que deberemos vencer, sobre todo vencernos a nosotros mismos. San Agustín llegó a decir que: “Nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones”.

También dice Jesús: “Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. En este caso Jesús no habla de preferencia, sino de renuncia total, esto significa que el seguimiento de Cristo es muy radical. En la vida necesitamos bienes materiales, queremos bienestar; sin embargo, seguir a Jesucristo exige muchas veces renunciar al bienestar y a los éxitos humanos. Ahora bien, en la práctica, quienes renuncian a sus bienes no pueden prescindir de bienes. O sea que renunciar a “sus bienes” no significa renunciar a “servirse de bienes”, se trata de no poner su corazón en ellos o que ellos ocupen el primer lugar en su vida. Se trata de que los bienes no sean su dios, sino que su Dios sea el Señor y así todos los bienes estarán al servicio del objetivo deseado y anhelado que es seguir y servir al Señor en el servicio a los demás. Dado que tenemos muchos apegos, que nos impiden ser totalmente libres, especialmente el apego a los bienes materiales, el seguimiento de Cristo parece algo imposible, pero bien dijo él: “Lo que para los hombres es imposible, para Dios es posible” (Lc 18, 27).

ORATIO ¿QUÉ LE DECIMOS AL SEÑOR?

Señor Jesús, gracias por invitarnos a seguirte. Concédenos la gracia de encontrarte y la libertad para seguirte. Líbranos de todas las ataduras que nos impiden seguirte. Concédenos la gracia de amar profundamente a nuestros familiares, sobre todo a los que nos dieron la vida, pero por encima de todo amor, concédenos la gracia de que tú seas el amor número uno.

Señor Jesús, para ser tus discípulos, tú nos pides cargar con nuestra cruz. Quisiéramos tu amor sin dolor. Ayúdanos a comprender y aceptar que ser tu discípulo es algo radical que no podemos hacerlo por nuestras propias fuerzas, necesitamos tu gracia para comprometernos de una manera decidida y madura a seguirte a pesar del costo de cargar con la cruz.

Señor Jesús tú nos dices que, para seguirte, hay que luchar. Sí, luchar para hacer un mundo mejor, luchar para vencernos a nosotros mismos y finalmente, luchar contra los que nos quieran apartar de tu amor. Señor Jesús tú que has vencido al mundo (cfr. Jn 16, 33), ayúdanos a alcanzar la victoria sobre todo aquello que nos impida llegar a ser tus discípulos.

OPERATIO ¿QUÉ NOS PIDE EL SEÑOR?

El Señor nos pide ponerlo en primer lugar en nuestra vida por encima de nuestros familiares. Ciertamente es muy difícil, ser discípulo del Cristo. Pero, si verdaderamente queremos seguirlo, Dios nos ayuda. San Juan dice que Dios nos amó primero (1 Jn 4, 19). Correspondámosle poniéndolo por encima de todos los amores.

El Señor nos pide cargar la cruz de cada día. El seguimiento de Jesús no es una vida triunfalista según los criterios humanos, sino una vida de esfuerzo y de lucha en la que contamos con nuestras fuerzas, pero, sobre todo, contamos con la gracia de Dios. Sólo así podremos vencernos a nosotros mismos, sobreponernos a las adversidades o a todos aquellos que quieran apartarnos del amor de Dios. Nada ni nadie podrá apártanos del amor de Dios manifestado en Cristo (cfr. Rm 8, 39).

El Señor Jesús también nos pide renunciar a los bienes materiales. Esto no significa vivir sin bienes materiales, no es que quiera que no tengamos nada, la pobreza en cuanto tal es un mal. Jesús quiere ser nuestra mayor riqueza. Encontrar a Cristo es encontrar un tesoro por el cual hay que estar dispuestos a venderlo o a cambiarlo todo (cfr. Mt 13, 44) es decir a poner todo lo demás en segundo lugar. Que nada ni nadie nos impida seguir a Jesús. ¡Que así sea!

+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla

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