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“Se acerca la hora de su liberación”



HOMILÍA EN EL DOMINGO I DE ADVIENTO
Jr 33, 14-16; Sal 24; 1 Tes 3, 12-4, 2; Lc 21, 25-28.34-36
“Se acerca la hora de su liberación”
 Queridos hermanos, con este primer domingo de adviento iniciamos un nuevo año litúrgico. El tiempo de adviento no es un tiempo de penitencia como la cuaresma, pero sí de preparación espiritual y de vigilante y activa espera para celebrar dignamente la Navidad. Antes del 25 de diciembre tenemos cuatro domingos de adviento, cuyas lecturas nos ayudan para vivir paso a paso este tiempo de gracia esperando la venida del Señor.  

En los primeros días del tiempo de adviento las lecturas escogidas tanto hablan de la venida en la carne del Hijo del hombre como de su última venida llena de gloria. En este primer domingo resuena todavía el sabor apocalíptico por la venida del Hijo del hombre al final de los tiempos. En el tiempo de adviento tenemos como medio privilegiado la Palabra de Dios en la que resuena la voz de los profetas y aparecen algunas figuras bíblicas que nos ayudan a vivir espiritualmente el adviento.
El segundo y tercer domingo de adviento aparecerá la figura de Juan el Bautista anunciando la buena nueva, recordándonos las enseñanzas de los profetas y exhortándonos a vivir coherentemente con el evangelio. El cuarto domingo aparecerá la Virgen María como la mujer del adviento.  
Aunque los primeros días del adviento las lecturas nos hablan de la última venida del Hijo del hombre, la razón principal de este tiempo de espera es la venida histórica del Hijo de Dios al mundo y ésta se dio en la entrañas de la Virgen María y con ella empezó la plenitud de la salvación, la cual tendrá su consumación plena y definitiva con la última venida en la gloria. En la espera de la venida en la carne, todo el Antiguo Testamento fue como una especie de adviento.
Precisamente a ello se refiere la primera lectura de hoy cuando dice: “En aquellos días y en aquella hora, yo haré nacer del tronco de David un vástago santo que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra”, se trata de la venida del Hijo de Dios al mundo, misterio que se celebramos la noche de Navidad cuando cantamos ante el pesebre: “Noche de paz, noche de amor”, misterio que son los pobres y sencillos los que lo entienden, descubren y lo viven en toda su profundidad. En este sentido el salmo dice que Dios: “Descubre a los pobres sus caminos… el Señor se descubre a quien lo teme y le enseña el sentido de la alianza”.   En el evangelio de hoy nuevamente se habla de la venida del Hijo del Hombre. En una primera parte reaparece el género apocalíptico, sobre todo cuando se dice que “hasta las estrellas se bambolearán”. Estos son los signos cósmicos que acompañarán aquel momento final y definitivo de la venida gloriosa del Hijo del hombre. Naturalmente lo importante que quiere resaltar el evangelio es que: “Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y majestad”. La venida del Hijo del hombre todo lo transformará, sobre todo la vida de aquellos que esperan su venida y en él tienen puesta su esperanza como el enfermo espera su salud, como el esclavo la libertad.
Esta primera parte concluye diciendo: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”. Podemos ver con estas palabras que no es un día para tenerle miedo; ciertamente dice que: “caerá de repente como una trampa sobre los habitantes de la tierra”, pero eso vale para los que viven sin fe y sin esperar a Dios y a su Reino; en cambio para nosotros es un día que debemos esperar porque con él se acerca la hora de nuestra salvación.
 La expresión “levanten la cabeza” indica que en este mundo hay muchas opresiones y de todas ellas nos libra el Señor con su venida. En efecto, el peso del trabajo y del pecado nos aplasta; muchas veces el peso de las tribulaciones, de los sufrimientos, de las enfermedades y de las tristezas nos deprimen; la falta de oportunidades, el sin sentido de la vida, la tristeza y la falta de esperanza nos hacen no mirar el horizonte, sino mirar el piso o mirarnos a nosotros mismos envueltos en diversos sufrimientos. Pero la venida del Hijo del hombre a nuestra vida, a nuestra historia y a nuestro corazón nos libera de todas esas angustias. Decía Jesús: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11, 28-30).  
La segunda parte del evangelio es una exhortación para estar preparados a la venida del Señor. Lo más importante es vivir siempre en la presencia de Dios. Para esto el evangelio nos dice: “Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre”. La venida del Hijo del hombre exige estar vela, es decir vigilantes activos que esperan la llegada del Señor; pero no sólo la esperan, sino que la desean y por eso luchan por construir un mundo mejor. Quienes viven así, son personas que confían sobre todo en Dios, pero también en sí mismas; son personas que esperan la acción de Dios en el mundo. Los que no hacen esto, el evangelio indica que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida entorpecen la mente y cuando llegue el fin estarán desprevenidos.
Así pues, no nos preocupemos del fin del mundo, ocupémonos del presente. La importancia de los deberes terrenos no disminuye por la espera del Hijo del hombre, sino que se robustece con nuevos motivos (cfr. GS No. 21 § 3).   También dice el evangelio que hay que estar en oración. En efecto, no se puede estar en vigilante espera si no se está en oración, pues ésta es expresión de la vigilancia activa. Bueno pero ¿qué es la oración? El Santo Cura de Ars decía simplemente que “La oración es la unión con Dios” y agregaba que: “Es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol”. Si la oración es esto, por esto no hay que tenerle miedo a la venida del Hijo del hombre; al contrario, hay que desearla y esperarla porque, como dice hoy el evangelio, “se acerca la hora de su liberación”.  
Pablo, en la lectura de hoy, quiere que Dios conserve los corazones de los tesalonicenses, irreprochables en santidad para el día que venga el Señor. El Santo Cura de Ars decía que alcanzar la santidad no es difícil: “No hay, sin embargo, nada más fácil: observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, y evitar los siete pecados capitales; es decir hacer el bien y evitar el mal; ¡no hay nada más que eso!”. Se dice fácil, pero para ello necesitamos la gracia de Dios y nuestra activa, y vigilante colaboración. El adviento, si aprovechamos la Palabra de Dios, que se lee en este tiempo, y la convertimos en oración, nos ayudará para ello, a nuestra santificación. ¡Que por la intercesión de santa María y de san José así sea!    
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz

VIII Obispo de Papantla

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