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HOMILÍA EN EL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Sab, 7, 7-11; Sal 89; Hb 4, 12-13; Mc 10, 17-30

“¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”

Queridos hermanos, el día de hoy la Palabra de Dios pone a nuestra consideración los bienes de la tierra y los bienes del cielo, así como lo que debemos ser y lo que debemos hacer.

En la primera lectura, el autor sagrado ve a la sabiduría como don de Dios y no como fruto de estudio, por eso dice: “Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría”. Además, la valora al máximo: “El oro, junto a ella, es un poco de arena, y la plata es como el lodo en su presencia”. Pero además, dice el autor: “Todos los bienes me vinieron con ella”. Cuando se busca lo principal, dice el Señor en el evangelio: “Todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6, 33). En realidad Jesucristo es la verdadera sabiduría. San Pablo dice que Cristo es: “Fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados” (1 Co 1, 14), el cual: “Se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención” (1 Co 1, 30). Y por esto dice que todo lo considera basura con tal de ganar a Cristo (cfr. Flp 3, 8).

El texto de la Carta a los Hebreos dice que: “La Palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos”, pero ¿qué significa esto? Decimos que una Biblia es la Palabra de Dios, lo mismo que al hacer la lectura en la celebración litúrgica, pero ¿esta palabra es viva y eficaz? En realidad la Palabra de Dios viva y eficaz es Jesucristo. Ahora bien, si la lectura de la Biblia es viva y eficaz es porque se ha leído con fe pidiendo a Dios que nos hable al corazón. En este sentido, la Palabra de Dios, es sabiduría, es luz, es Jesucristo que: “Descubre los pensamientos e intenciones del corazón”, es decir que él conoce nuestros corazones y “Todo queda al desnudo y al descubierto” ante sus ojos. Unidos a Cristo, también nosotros podemos conocer los secretos de nuestro corazón. El Salmo de hoy dice: “Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos”, ¡esta es la verdadera sabiduría!

En contraste con el libro de la sabiduría, en el evangelio tenemos un hombre que está muy apegado a los bienes materiales. Jesús va de camino a Jerusalén y un hombre se acercó y le preguntó: “Maestro bueno ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” La respuesta de Jesús, dejando a un lado los mandamientos que se refieren a Dios, llamó la atención sobre los mandamientos que tienen relación con el prójimo: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”. Notemos que Jesús no menciona los mandamientos que hablan del honor de Dios, lo cual indica la importancia que Jesús le quiere dar a los que hablan del amor al prójimo. ¡Muchas veces queremos ir al encuentro de Dios, sin ir al encuentro del prójimo!

La respuesta de aquel hombre: “Todo eso lo he cumplido desde muy joven” refleja que ciertamente él es alguien que ha acumulado méritos y bienes materiales y se ha esforzado cumpliendo los mandamientos, pero cuando las cosas se hacen por cumplimiento, la misma palabra dice cumplo y miento. Más que cumplir los mandamientos lo importante es vivirlos; aquel hombre se pregunta por el “qué debo hacer” y no por el “qué debo ser”. Ciertamente cumplir los mandamientos es parte del esfuerzo laborioso que el hombre ha de hacer para disponerse a la gracia, por eso: “Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. Jesús le invita a entrar en una relación más profunda donde los mandamientos quedan superados por una relación personal y vital con él y con los pobres. Según Jesús, lo que le hace falta es ayudar a los pobres con sus bienes. No basta pensar en sus riquezas y en su propia salvación, hay que pensar en las necesidades materiales de los demás y en su salvación: “La religión pura a los ojos de Dios es ayudar a los huérfanos y viudas en tribulación” (St 1, 27).

El encuentro con Jesús es un momento radical en la gracia que exige un desapego total con los bienes materiales, cosa que aquel hombre no pudo hacer, pues: “Se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes”. El hecho de que se haya retirado triste y apesadumbrado comprueba las palabras de Jesús: “En donde está tu tesoro ahí está tu corazón” (Lc 12, 34). La actitud de este hombre es la de poseer todo en esta vida y todo en la otra, por eso se entristeció porque comprendió que para poseer todo en la vida eterna hay que desposeerse de todo en la vida terrena. Este hombre vivía apegado a sus bienes materiales, sin embargo, éstos son para compartirlos pues los bienes, en cierto sentido, pertenecen a todos. Los Padres de la Iglesia decían que lo que al rico le sobra al pobre le pertenece.: “El pan que no usas, es el pan del hambriento; el vestido colgado en tu armario, es el vestido del que está desnudo; los zapatos que no te pones, son los zapatos del que está descalzo; el dinero que tienes guardado bajo llave, es el dinero de los pobres” (San Basilio el Grande). ¡Si las riquezas se repartieran no habría pobres!

En la segunda parte del este evangelio, y como conclusión al encuentro con aquel hombre: “Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. El evangelio dice que: “Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras”. Sin embargo, Jesús aclara: “¡Qué difícil es para los que confían en las riquezas!”. A pesar de esta aclaración: “Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Los discípulos reconocen, con la explicación que les ha dado Jesús, el peligro que significan las riquezas, incluso para los seguidores de Jesús más cercanos, pues no es cuestión de cantidad, sino de confianza en ellas, por eso dicen: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Nuevamente Jesús les aclara: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.

Si la salvación sólo fuera difícil para los que tienen muchos bienes materiales y fácil para los que tienen pocos, no habría mucho de qué preocuparnos, puesto que los ricos son pocos y los pobres son muchísimos. Las palabras de Pedro confirman que, en el apego a las riquezas, no es cuestión de cantidad: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”, pero ¿qué es ese todo, que Pedro dejó, si no era rico?, ¿su barca, sus redes, su modo de vivir? Ese era su todo, sin embargo, Pedro lo dejó. El dinero, tanto si se tiene, como si se quiere tener, puede ser un ídolo o un impedimento para seguir a Jesús. El evangelio es claro: “De que le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida” (Lc 9, 25). En cambio, si se pone a Jesús en primer lugar, él ha prometido, “en esta vida”, a los que lo siguen, “el ciento por uno”, “junto con persecuciones y en el otro mundo la vida eterna”. ¡Que así sea!


+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz

VIII Obispo de Papantla

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