HOMILÍA EN EL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO
Is 49, 1-6; Sal 138; Hch 13, 22-26; Lc 1, 57-66. 80
“Juan es su nombre”
Queridos hermanos, el día de hoy se celebra la solemnidad del nacimiento de san Juan Bautista. El evangelio de hoy resalta la alegría de su nacimiento, la circuncisión e imposición del nombre, el asombro de los vecinos y su preparación en el desierto para darse a conocer al pueblo de Israel.
El evangelio nos cuenta que cuando los vecinos se enteraron de que Isabel había dado a luz un hijo se regocijaron con ella porque el Señor le había manifestado tan grande misericordia. Hay que recordar que, según la Escritura, Isabel era estéril y de avanzada edad y para una mujer israelita, no tener hijos era un oprobio, es decir era como una maldición. Este es el motivo de alegría para todos, se trata del nacimiento de un hijo cuya madre humanamente no podía dar a luz. Precisamente por eso Zacarías e Isabel deciden que se llamará Juan porque eso significa su nombre: Dios hace gracia, o Dios hace misericordia o Dios quita el oprobio.
Tan importante es san Juan Bautista que su nacimiento se celebra incluso en domingo. La importancia de Juan está en que sería el precursor y el que señalaría al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En tiempos de San Agustín ya se celebraba el nacimiento de Cristo y decía él de Juan Bautista que es el único santo cuyo nacimiento se celebra. Por la misión que Juan tenía que llevar a cabo, san Lucas dice que: “Estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1, 15-17).
Al principio del evangelio san Lucas describe la situación en la que vivía un sacerdote de nombre Zacarías y su mujer Isabel pues eran de edad avanzada y no tenían hijo. Para la mentalidad israelita era como si les faltara la bendición de Dios. En una ocasión que a Zacarías le tocó oficiar el ángel le dijo: “Tu petición ha sido escuchada; Isabel tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan”. En la biblia el nombre significa lo que la persona es. Por esto se llamará Juan porque Juan significa que ‘Dios hace Gracia’. En esos tiempos la venida de un hijo era una gracia, una alegría, una bendición. Por eso: “Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan grande misericordia, se regocijaron con ella”. Hoy, en algunos casos, el nacimiento de un niño no lo ven como una gracia o bendición, sino como una amenaza para la estabilidad familiar y varias veces se le niega al no nacido la entrada al banquete de la vida. Esto pasa porque en el que está por nacer no ven la mano de Dios, como en el caso de Juan el Bautista.
Ahora bien, cuando Dios hace una gracia, la respuesta del hombre debe ser bendecir a Dios. Por eso san Lucas dice que el ángel le dijo a Zacarías: “Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (Lc 1, 20). Aquí está el secreto, el que no bendice a Dios se queda mudo, el que bendice a Dios se le suelta la lengua para cantar las maravillas del Señor. Esto es lo que pasó a Zacarías. A pesar de que deseaba un hijo de su anciana y estéril esposa, y a pesar de que el ángel le anunció que Isabel le daría un hijo dudó de Dios, por esto se quedó mudo; en cambio, el día que lo fueron a circuncidar, cuando escribió el nombre de Juan en una tablilla, se le soltó la traba de la lengua porque al escribir el nombre de Juan proclamó que Dios sí hace gracia y por esto recobró el habla y empezó a bendecir a Dios. Esta es la respuesta que siempre debemos tener hacia Dios por todas sus bendiciones: Dios es gracia, Dios hace gracia.
Dice el evangelio que después de la imposición del nombre el sentimiento de temor se apoderó de los vecinos. Este sentimiento no es un miedo, sino un temor sagrado. La pregunta de la gente: “¿Qué va a ser de este niño?” no es una preocupación, sino una expresión que manifiesta la acción de Dios. Dado que Juan a nacido en condiciones extraordinarias, de una anciana estéril, la pregunta que se hacen se podría traducir así: quién va a ser este niño. Es decir que están pensando que ese niño va a ser alguien importante, alguien grande: “Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con él”. Por eso se dice de Juan el bautista que es el precursor, es decir el que va delante del Señor a prepararle el camino. Juan es el último de los profetas y personifica en cierto modo a todo el Antiguo Testamento que anunciaba y preparaba la venida del Salvador.
Por su misión, Juan, fue confundido con el Mesías y por eso le fueron a preguntar: “¿Eres tú el Cristo?” Pero él dijo: “No lo soy, yo soy una voz que clama en el desierto preparen el camino del Señor”. Juan no se apropió ninguna gloria u honor que no le correspondía. Su misión no era atraer las miradas hacia él, sino hacia Cristo, por eso en una ocasión que Jesús pasaba cerca de él y de sus discípulos les dijo: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y algunos de los discípulos de Juan se fueron con Jesús. En otra ocasión cuando le vinieron a decir: “El que tu bautizaste está bautizando y todos se van con él”, Juan dijo: “El que tiene la novia es el novio, pero el amigo del novio se alegra, es necesario que el crezca y que yo disminuya”. En esto está la grandeza de Juan en hacer que los demás vayan a Jesús. La figura de Juan es un ejemplo a seguir para todos nosotros pues, por nuestro bautismo, debemos ser profetas que preparan el camino del Señor, que convierten el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres.
Al final, en el evangelio de hoy se dice que Juan vivió en el desierto. El desierto es lugar de prueba, encuentro con Dios y definición de la misión. Israel pasó por el desierto para aprender a confiarse sólo en el Señor; nuestro Señor Jesucristo estuvo cuarenta días en el desierto para ser tentado por Satanás y prepararse para su misión de anunciar el Reino de Dios; Juan, como precursor que debía preparar el camino del Señor, también fue al desierto para prepararse, como profeta de Dios. Nuestro Señor Jesucristo cuando iba a hacer algo importante se apartaba primero para hacer oración. Así tenemos que hacer todos nosotros. Necesitamos ir al encuentro de Dios para prepararnos a la misión que Dios nos tiene encomendada. Ojalá que estemos atentos a los acontecimientos de los tiempos para que descubramos en ellos la mano de Dios. La vida es una gracia, la misión es una gracia, la realización de ella también. Ojalá que, como Isabel y Zacarías, veamos en los hijos un don de Dios, una bendición, y nos llenemos de una gran alegría por la gracia que nos hace el Señor. ¡Que así sea!
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla
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