“Hubo una boda en Caná de Galilea”
HOMILÍA EN EL II
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Is 62, 1-5; Sal 95; 1
Co 12, 4-11; Jn 2, 1-11
“Hubo una boda en
Caná de Galilea”
Queridos hermanos, dado que Dios
ha hecho una alianza con su pueblo, la imagen más apreciada para hablar de
ello, de su profundidad y de su importancia, es la imagen del matrimonio.
En el Antiguo Testamento, para hablar de la
fidelidad de Dios con su pueblo y de los olvidos de Israel se utiliza la imagen
del amor de los esposos (cfr. Os 2, 16-25). En el nuevo Testamento, en el evangelio
de san Juan y en el libro del Apocalipsis se nos habla precisamente de las
Bodas de Dios con su pueblo, es decir que se nos habla de la alianza. En
la lectura del profeta Isaías aparece que, esa alianza que Dios ha hecho con
Israel, ha sido rota por los pecados de su pueblo. Jerusalén por la destrucción
que hicieron los babilonios ha quedado “Abandonada” y “Desolada”; pero Dios no
aparta de ella su amor: “Porque el Señor se ha compadecido de ti y se ha
desposado con tu tierra”. En estas palabras aparece que la alianza, o el
matrimonio de Dios con su pueblo, es ya de tiempos pasados; pero Dios está
pensando también en un futuro nuevo y pleno: “Como un joven se desposa con una
doncella, se desposará contigo tu hacedor”; pues bien, ese futuro llegará con
Cristo Nuestro señor, el cual, en el evangelio de san Juan inaugura su misión
precisamente en unas bodas, realizando el primer signo que manifiesta que él es
el Mesías, el Hijo de Dios, el salvador del mundo.
En este sentido, las bodas de
Caná no es una boda particular, de hecho, no se dice quién se casa. El novio
apenas es mencionado al final cuando el mayordomo probó el agua convertida en
vino y lo llamó para decirle: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya
están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”.
¿Quién es ese novio que ha guardado el vino mejor hasta ahora? Es Dios que está
llevando a una nueva etapa la alianza que ha iniciado con su pueblo Israel.
Ahora bien, ¿qué papel juega María y Jesús en esta alianza? El evangelio dice
que: “Ahí estaba María y que fue invitado también a la boda Jesús con sus
discípulos”.
En algún momento de la fiesta,
María se dio cuenta que ya no tenían vino, y le dice a Jesús: “No tienen vino”.
Pero Jesús parece desatender la súplica de su madre y dice: “Todavía no llega
mi hora”; por su parte, María va y les dice a los que servían a la mesa: “Hagan
lo que él les diga”. De manera que ellos van con Jesús y se ponen a sus órdenes
y Jesús entonces aceptó hacer algo en aquella boda y pidió a los servidores que
llenaran las tinajas de piedra de agua y la convirtió en vino y la fiesta
continuó. De manera que María es intercesora para que Dios, por medio de su
Hijo Jesús, renueve constantemente esa alianza.
En Jesús, Dios renueva todas las
cosas (cfr. Ap 21, 5). El vino es signo de alegría, de fiesta y de amor.
Acabarse el vino significaba acabarse la fiesta, la alegría, acabarse el amor.
En la alianza que Dios ha hecho con nosotros no se debe acabar el vino, no se
debe acabar la fiesta, la alegría y el amor. Pero sabemos que, por nuestros
pecados, muchas veces rompemos la alianza que Dios ha hecho con nosotros desde
el bautismo. Por tanto, constantemente necesitamos, el milagro de renovar
nuestro amor a Dios. Así pues, el hecho de que María estuviera atenta a las
necesidades de aquellos novios, nos habla de su misión, en la Iglesia. María
está atenta a lo que nos hace falta porque muchas veces nosotros no vivimos
profundamente esa alianza de Dios con nosotros, nos apartamos de sus mandamientos,
nos apartamos de su amor y María está pendiente de ello.
En aquellas bodas, María, se dio
cuenta que faltaba el vino. A veces, en nuestra vida, se da cuenta que nos
falta caridad, que nos falta comprensión, que nos falta perdón, que nos falta
entrega, que nos falta fe y, ella, le dice a Jesús: Ya no tienen fe, ya no
tienen amor, ya no tienen caridad, ya no tienen comprensión, etc. Y Jesús hace
el milagro de renovar la fe, el amor o la comprensión, pero para eso
necesitamos seguir el consejo de María: “Hagan lo que él diga”, es decir,
tenemos que hacer lo que Cristo quiere de nosotros. Pues bien, Cristo dijo a
los servidores: “Llenen de agua esas tinajas”. Llenar de agua las tinajas
significa, colaborar con la gracia de Dios para alcanzar la salvación. En
definitiva, el vino nuevo es Cristo. Si nos falta Cristo nuestra vida es como
una boda sin vino, sin amor y sin alegría.
En el Nuevo Testamento, y con
Cristo, la alianza entra en una etapa nueva y definitiva en la que lo más
importante ya no es la ley, sino el Espíritu que da vida (cfr. 2 Co 3, 6).
Ahora bien, esto no significa que ya no hay que cumplir la ley para alcanzar la
justificación, sino como consecuencia de que la que hemos alcanzado, de que nos
hemos encontrado con Cristo y él ha renovado nuestra vida con el vino nuevo de
su amor. San Ireneo decía que: “Jesús no quiso hacer el vino nuevo a partir de
la nada, sino del agua para mostrar que no quería establecer una doctrina
totalmente nueva ni reprobar la antigua, sino cumplirla”.
En este sentido, cuando el
maestresala dice tú has guardado el vino mejor hasta ahora se refiere a Cristo
que como Mesías ha sido el esperado de Israel y que vino en la plenitud de los
tiempos para renovar la alianza antigua. No hay otra alianza, sino que es la
misma. Así como el agua se convirtió en vino, la alianza hecha con Israel desde
el Antiguo Testamento se convirtió en nueva alianza en Cristo que vino a darle
plenitud (cfr. Mt 5, 17). Pero ¿cómo darle plenitud a la ley? ¿cómo
convertir el agua de la observancia de la ley en vino nuevo? Para eso
necesitamos encontrarnos con Jesús, él es el vino nuevo que transforma todas
las amarguras en alegría.
El encuentro con Cristo, es
fuente de vida nueva. Sin Jesús nuestra vida es estéril, fría, amarga, es agua
sin espíritu; nuestra vida, sin Jesús, es como el bautismo de Juan, pura
penitencia; en cambio nuestra vida con Jesús es fuente de vida, es como un
licor exquisito que nos llena de alegría, es vivir ungidos por su espíritu. La
antigua alianza centrada en la observancia de la ley estaba llevando a Israel a
una relación con Dios fría y legalista donde faltaba la gratuidad y la alegría.
Por ese camino lo importante no
era la gracia de Dios, sino el cumplimiento de la ley; en cambio,
encontrándonos con Cristo creyendo en él y haciendo “Lo que él diga”, el agua
de nuestra colaboración con la gracia de Dios, se convierte en vino nuevo. De
manera que, si nos falta caridad, servicio o comprensión y le echamos agua a
las tinajas, es decir, nos esforzamos por vivir una vida nueva, el Señor, por
intercesión de María, nos bendecirá y de esa manera viviremos más unidos a
Dios, más unidos a la Iglesia, más unidos a nuestros hermanos; viviremos la
alianza de Dios con su Pueblo, viviremos en unión con Dios. Cuando Jesús dice a
María que no ha llegado su hora se trata de la cruz; pero sí ha llegado la hora
de manifestar su gloria para que sus discípulos crean en él. Por la fe en Jesús
y la comunión con él llega el vino nuevo que nos hace superar el cumplimiento
de la ley. ¡Que así sea!
+ Mons. José Trinidad
Zapata Ortiz
VIII Obispo de
Papantla
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