HOMILÍA EN EL DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO
Is, 60, 1-6; Sal 116; Hb 4, 14-16; Mc
10, 35-45
“El que quiera ser grande”
Queridos
hermanos en este día se celebra el domingo mundial de las misiones. En los
primeros tiempos de la Iglesia, la misión se llevó a cabo con mucho entusiasmo.
Los apóstoles salían a predicar y los que creían eran bautizados y así entraban
a formar parte de la Iglesia orante, carismática y misionera. En esos tiempos
se experimentaba fuertemente que la vocación propia de la Iglesia era
evangelizar. La Iglesia era evangelizada y evangelizadora y quien enviaba a sus
hijos evangelizados a predicar, no a sí mismos, sino el Evangelio del que ni
ellos ni ella son dueños, sino ministros para transmitirlo con fidelidad (cfr.
Evangelii Nuntiandi 15).
En la
primera lectura de la liturgia de hoy, el autor sagrado se dirige a Jerusalén
personificándola e invitándola a levantarse llena de luz y de gloria porque
todos los pueblos vendrán a ella con sus hijos y sus riquezas. El motivo de venir
los pueblos a Jerusalén no es por Jerusalén misma, sino porque en ella
resplandece el Señor, por eso vendrán cantando las alabanzas del Señor.
Jerusalén tenía la misión de que, a través de ella, Dios fuera dado a conocer a
las naciones. Porque Dios es luz, ella debía resplandecer con la presencia de
Dios. La Iglesia ve en Jerusalén una figura de sí misma. La Iglesia tiene la
misión de anunciar a Jesucristo que dijo: “Yo soy la luz del mundo, el que me
sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Los
Padres de la Iglesia de los primeros tiempos entendieron que la Iglesia es el
candelero donde se pone la luz de Cristo. La misión de la Iglesia es anunciar
el evangelio para que llegue la luz de Cristo a todas las naciones. Sin
embargo, a veces se pierde de vista este objetivo, como se ve a continuación en
los discípulos.
En el
evangelio vemos que Jesús y sus discípulos caminaban hacia Jerusalén, pero el
interés de él y el de ellos era muy diferente. Jesús sabe que pasando por la
cruz va camino a la gloria. Los discípulos, por el contrario, se imaginan que
Jesús va a tomar posesión de la ciudad de David y se va a proclamar rey.
Pensando en esto, Santiago y Juan piden a Jesús: “Concede que nos sentemos, uno
a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Santiago y Juan
quieren honores terrenos; pero no sólo ellos: “Cuando los otros diez apóstoles
oyeron esto se indignaron contra Santiago y Juan”. ¡Está claro que ambicionaban
también lo mismo! Nadie se enoja porque otro se haga pequeño o, según el
evangelio, escoja el último lugar; pero si se trata del primer lugar en este
mundo, muchos quieren estar en él. Antes ya habían discutido sobre quién de
ellos sería el mayor (cfr. 9, 34), aquí los otros apóstoles se enojan porque
Santiago y Juan les quieren madrugar tratando de obtener los primeros puestos.
El
evangelio de hoy nos muestra que se puede estar materialmente cerca de Jesús,
en su seguimiento, pero muy lejos de su corazón, pero al fin y al cabo de
camino al verdadero Reino eterno. Dice Jesús: “No saben lo que piden. ¿Podrán
pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré
bautizado? La respondieron: Sí podemos”. Jesús les confirma que serán
identificados con él en el martirio. Ciertamente no los ha llamado por tener
buenas intenciones, sino porque, asistidos por el Espíritu Santo, más tarde anunciarán
su evangelio, incluso pasando por la misma prueba, y así llegarán al Reino
eterno donde todos estarán a la derecha o a la izquierda.
Al principio
del camino Jesús puso como condición a sus discípulos que renunciaran a sí
mismos (cfr. Mc 8, 34-38). Después del segundo anuncio de la pasión, los
discípulos, discutían sobre quién de ellos sería el mayor (cfr. Mc 9, 33-37) y ahora
siguen sin entender. Por eso Jesús aprovecha para una enseñanza: “Ya saben que
los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los
poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: que el
que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor”. El camino para ser
grande es el servicio: “Yo dormía y soñé que la vida era alegría. Me desperté y
vi que la vida era servicio. Serví y comprendí que el servicio era alegría”
(Rabindranath Tagore). Se concluye que el más grande será el que se haga el
servidor y el esclavo de todos, como Jesús: “Que no ha venido a que lo sirvan,
sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”. Esto no es nada
fácil, pero Jesús, que llama, ayuda.
De la
misma manera que los discípulos seguían a Jesús, pero no entendían las cosas, así
a lo largo de la historia de la Iglesia, unas veces se ha olvidado el verdadero
sentido de la misión de Jesús en este mundo y por ende la verdadera misión de
la Iglesia y de todos los que formamos parte de ella. Por este motivo, la
Iglesia, desde el principio del siglo pasado ha venido motivando a sus fieles
cristianos a participar, cada uno desde el lugar que ocupe, en su misión
evangelizadora. No cabe duda que en los tiempos modernos necesitamos más conciencia
y acciones extraordinarias porque el celo evangelizador ha venido a menos. Ahora
es más necesario recuperar el entusiasmo por la misión.
Estamos
acostumbrados sólo a recibir la fe y no a darla. Si sólo la recibimos, pero no
la damos, significa que la fe está en crisis, o medio muerta, porque la fe se
fortalece dándola y si no la transmitimos se muere. Ahora bien, la fe viene de
la predicación (cfr. Rm 10, 17) y la predicación es el elemento constitutivo de
la misión de la Iglesia. De ahí la importancia de recuperar la dimensión
misionera de la Iglesia. Ciertamente tenemos que distinguir entre las misiones
‘ad gentes’, que se realizan en otros países y, por otro lado, la misión ‘ad
intra’, es decir la que se realiza entre nosotros mismos sin tener que ir a
otras naciones. En efecto, unos pueden ser misioneros llevando la Palabra de
Dios a quienes no la conocen, otros ayudando con su oración, sus sacrificios, o
sus donativos para que otros vayan.
En
1927 la Iglesia declaró como patronos de las misiones católicas a san Francisco
Javier y a santa Teresita del Niño Jesús. San Francisco Javier evangelizó la
India, China y el Japón. ¡Buen ejemplo de la misión en otras naciones! Sin
embargo, santa Teresita nunca salió de su monasterio. Pero ella en su vida
quería ser todo, quería ser sacerdote, diácono, profeta, doctor, misionero,
mártir… Por fin, leyendo el capítulo 13 de la primera carta a los Corintios
encontró su vocación. ¡Su vocación sería el amor, el cual encerraba todas las
vocaciones! ¡Buen ejemplo de la misión al interior de la Iglesia!, es decir
para los que no van a otras naciones. Hermanos, el Señor Jesús está lleno de
gloria en los cielos, pero también acompaña a su Iglesia en la misión
evangelizadora aquí en la tierra. El señor Jesús cumple su palabra: “Yo estaré
con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Participemos en la misión evangelizadora de la Iglesia: “O vas, o envías o
ayudas a enviar”. ¡Que
así sea!
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla
No hay comentarios