HOMILÍA EN EL III DOMINGO DE PASCUA
Hch 3, 13-15.17-19;
Sal 4; 1 Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48
“Ustedes son testigos
de esto”
Queridos hermanos en Cristo resucitado “Ustedes son testigos de esto”. Así
termina el evangelio de hoy. En efecto ser trata de la resurrección. Pero ser
testigo de la resurrección no es nada fácil porque no es anunciar simplemente
una verdad, sino a un persona viva que ha cambiado la historia del mundo
entero. Los apóstoles por sí mismo no entendían esto hasta que Jesús les abrió
el entendimiento. Se podría a pensar que no se llega a creer en la resurrección
si no se hace camino como discípulo del Señor. Para tener la experiencia de
Cristo resucitado primero hay que tener la experiencia de Cristo crucificado: “Era necesario que el Cristo padeciera”,
lo repite una y otra vez la Palabra de Dios”.
“Santo, justo y autor de la vida”. El libro de los
Hechos de los Apóstoles da estos calificativos a Cristo Resucitado. Estos
títulos aparecen en contraste con el tema del pecado, de la injusticia y de la
muerte de Cristo: “Porque él se ofreció
como víctima por nuestros pecados”,
lo dice la primera carta de san Juan, y “no
sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero”. El misterio de la
redención no abarca sólo a los que creen, sino a toda la humanidad. Ahora bien,
en la lógica humana, el que la hace la paga, pero en la lógica divina Dios ha
permitido que su Hijo fuera crucificado, el justo por los injustos. De esta
manera, con la muerte, con la sepultura y con la resurrección de Jesucristo, el
justo, Dios dice a todos los que son condenados injustamente en este mundo: “Las
injusticias no tienen la última Palabra; la muerte no es el final de la vida,
sino el principio de una vida nueva”.
El evangelio de hoy, como ya nos dimos cuenta, es
continuación del relato de los discípulos de Emaús a quienes el Señor Jesús, en
el camino a su casa, les explicó las Escrituras e hicieron la experiencia que
estaba vivo, que había resucitado. Por este motivo, convencidos de que la
muerte no había tenido la última palabra: “Regresaron
de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron
lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al
partir el pan”. Como vemos, ser testigos de la resurrección es contar lo
que ha pasado en nuestra vida, cómo Cristo resucitado se ha hecho presente en
ella.
La experiencia de Cristo Resucitado no puede darse sin
la experiencia de hacer camino de discípulo en medio de la comunidad. Estando
todos reunidos se presentó Jesús en medio de ellos. Los apóstoles estaban
desconcertados, llenos de temor y creían ver un fantasma. Por esto Jesús les
dice: “No teman; soy yo. ¿Por qué se
espantan?” Hay que decir que, en todos los relatos de las apariciones,
Jesús no es reconocido al instante, es necesario que él muestre alguna señal.
En este caso les dice: “Miren mis manos y
mis pies”. Se trata de las huellas de la pasión. Para llegar a experimentar
a Cristo resucitado en nuestra vida, es necesario un signo de haberlo
experimentado crucificado.
Los apóstoles, además de desconcertados y temerosos
estaban tristes. Recordemos que cuando Jesús se estaba despidiendo de ellos les
dijo: “Por
haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza” (Jn 16,
6), “En verdad, en verdad os digo que
lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero
vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16, 20). Pues eso es lo que
acaba de suceder aquí, el evangelio dice que: “Ellos no acababan de creer de pura alegría”. Si creer en la
resurrección tiene sus dificultades, experimentar la resurrección tiene un gozo
inmenso que no se va a poder contener en el corazón. Por eso el que tiene esta
experiencia se convierte en testigo. Por lo mismo, podemos afirmar que el que
no es testigo es porque no ha hecho esta experiencia.
Jesús les explica: “Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba
con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley
de Moisés, en los profetas y en los salmos”. Es decir que todo el antiguo
Testamento anunciaba al Mesías. Por eso Jesús dijo a los judíos: “Las escrituras… dan testimonio de mí”
(Jn 5, 39).
Además, Jesús fundamenta en la Escritura, el mandato
misionero: “Está escrito que el Mesías
tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y
que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por
Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados”.
En estas palabras Jesús resalta que hay que predicar en su nombre, pero sobre
todo, cuál es el contenido de la predicación: “La necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados”, es
decir que hay que predicar la conversión y el arrepentimiento. La predicación a
la conversión también la tenemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, en
las palabras de Pedro, las cuales tienen como contenido la invitación a
arrepentirse. Lo mismo en primera carta de san Juan, él escribe, diciendo:
“para que no pequen”, pero si pecamos tenemos como intercesor a Jesucristo.
Finalmente Jesús les dice: “Ustedes son testigos de esto”. Esta es la misión de los apóstoles
ser testigos de la resurrección. Por eso en el libro de los Hechos de los
Apóstoles, cuando Pedro predica la Palabra de Dios dice: “A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual nosotros somos testigos”
(Hch 2, 32). Al oír la predicación la gente decía: “¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les
contestó: Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre
de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo” (Hch 2, 37-38). Así pues, dar testimonio de Cristo
resucitado no tiene otra finalidad.
Sin embargo, como ya dijimos, ser testigo de la resurrección no es
simple y sencillamente comunicar una enseñanza, sino anunciar a una persona que
ha cambiado nuestra vida. El testigo para ser creíble debe decir lo que Cristo
resucitado ha hecho en su vida. El Papa Pablo VI nos dijo en la exhortación
apostólica Evangelii Nuntiandi que “El hombre contemporáneo escucha más a gusto
a los que dan testimonio que a los que enseñan… o si escuchan a los que
enseñan, es porque dan testimonio” (EN No. 41).
Así pues hermanos, para experimentar a Cristo
resucitado primero hay que hacer camino de seguimiento. En la medida que la
pasión de Cristo marca un poco nuestra vida, en esa medida descubriremos las
señales de la resurrección. Pidamos a Dios que Jesús resucitado nos abra el
entendimiento para que podamos descubrir su presencia entre nosotros y para que
llegue a nosotros el poder salvador de su muerte y resurrección, pues nosotros
también necesitamos volvernos a Dios para el perdón de los pecados y ser
testigos de su resurrección. ¡Que así sea!
+ Mons. José Trinidad Zapata Ortiz
VIII Obispo de Papantla
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